viernes, 5 de diciembre de 2008

A DAY IN THE LIFE (relato inacabado)

Nada, no hubo manera. Uno que si hacía frío, otro que si la crisis, otro que si la parienta… Después de escuchar la enésima excusa, "P" se decidió: cogió la moto y se fue él sólo a dar un rulo el sábado por la mañana. Lo cierto es que últimamente cada vez se hacía más difícil que se juntaran para salir improvisadamente, sin una previa planificacón. Todo lo contrario pasaba con el calendario de las concentraciones moteras: a esas no faltaban nunca y, además, con toda la parafernalia de cueros, gadgets,..! Desde que los conocía, sus colegas habían ido cambiando de disponibilidad y de motos. P era el único que quedaba con su vieja BMW de trail que pronto cumpliría 15 años.
Esa mañana a su fiel compañera le costó arrancar. No era extraño después de varios días de temperaturas bajo cero, pero al cuarto intento se puso en marcha. (En los momentos de la verdad nunca fallaba). Sus dos “perolos” se pusieron en funcionamiento con ese rumor desacompasado que se va haciendo más y más armónico a medida que van entrando en calor. Sin saber por qué o quizá guiado por un antiguo recuerdo dirigió su manillar y su mente hacia la carretera que mira hacia Lisboa. Se sentía intranquilo. Comenzar la ruta siempre le ponía tenso. Parecía como si, una vez montado en la moto, todas las partes del cuerpo se rebelaran quejándose de la postura, de la vibración, del frío. Abandonar Madrid tampoco ayudaba a relajarse, con ese tráfico torpe que se forma en las carreteras de salida de una ciudad grande. Sin embargo, al cabo de unos 20 kilómetros todo cambió y el asfalto invitaba a recorrerlo hacia un incierto pero atractivo horizonte. Y así fue como llegó el momento mágico en que se armonizan cuerpo, mente y máquina y P, sin habérselo propuesto, se encontró tarareando “On the road again” bajo el casco, disfrutando ya de la carretera como un loco, embebido del ruido que producía su boxer y con la mirada abierta hacia lo que el camino le deparase.

Había conducido algo más de una hora cuando el viento dio una seria advertencia en forma de dos fuertes ráfagas que le forzaron a reducir la velocidad. En un minuto el cielo se había cubierto de nubes y una extraña oscuridad, como la de un eclipse, se había apoderado del día. De pronto comenzó a llover y, enseguida, las gotas se convirtieron en duros granizos que sonaban como perdigones al golpear el casco y le machacaban por todas partes. El firme comenzó a cubrirse de pepitas heladas y apenas podía avanzar cuando, como un maravilloso espejismo, apareció ante sí un paso elevado y P pudo guarecerse bajo el puente que cruzaba por encima de la autopista.

No había hecho más que poner la pata de cabra cuando otro estruendo - éste más conocido y friendly- le advirtió de que no iba a estar sólo en el improvisado asubio. Una, dos, tres…. hasta 5 motos pararon a su lado. El primero en dirigirse a él, después de “invocar” a una docena de santos y vírgenes del cielo fue el que parecía el boss:
- “Podías haber aparcado tu hierro un poco mejor y dejar más sitio, ostias, o es que te crees que estás sólo en la carretera, cagüendios?
Al darse la vuelta el tipo pudo leer, bordado en rojo -aunque discreto-, el nombre de “Jero” sobre el hombro derecho de su chupa… cara. En cuanto al resto, dos le ignoraron, otro le saludó con un gesto de colegueo y una figura vestida con ropa oscura se le acercó, se quitó el guante y le ofreció su mano. Tras el visor pudo ver unos hermosos ojos azules que, al liberarse del casco, se rodearon de una sonriente cara femenina que al tiempo le decía:
- “Me llaman “Moth”, colegui, vaya chaparrón eh?.
- “Yo soy P, encantado” dijo mientras estrechaba su mano. En realidad mi nombre es Piotr Szut; soy estonio. Nací en Tallin aunque he vivido casi toda mi vida en Bilbao”.
(“Piotrequéostias? –se oyó decir a Jero- ¡antes muerta que sensilla! ¡manda huevos!).
Otro rostro sonriente se acercó a saludarlo mientras ponía en la correcta posición horizontal sobre su nariz sus gafas “de ver”:
- “P, esa reliquia tuya debería llevar la VH en la matrícula, no?. Ja, ja, soy Giorgio, vaya granizada, tío, bienvenido al infierno!, ja, ja, .... Dándose la vuelta hacia su moto y balanceando su cabeza siguió hablando como para sí en voz más baja-"..¡y ha sido de repente... nunca ví una cosa parecida!".
Del mismo modo que apareció la nube de la tormenta se fue y un sol radiante iluminó la carretera, despejada hacia el occidente. Volvieron a sonar las motos y a formarse los centauros. “Si quieres venir puedes ir en la cola, hacer bulto y pagar a escote” escuchó decir a Jero. Y así fue como el solitario jinete pasó a formar parte de aquella cuadrilla sobre ruedas que partió sin que P supiera hacia dónde. Al cabo de unos kilómetros, la primera moto tomó una carretera secundaria y todos la siguieron. Pronto cambió el paisaje que empezó a teñirse de verde a medida que la carretera serpenteaba y se metía por zonas arboladas. Respetando cada uno su puesto, la comitiva parecía un reptil multicolor deslizándose suave y rítmicamente por el paisaje. Sin duda, en esos momentos todos estaban disfrutando a tope.

Al llegar a un cruce el que llevaba la chupa y el casco rojos –luego sabría que su nombre era Txetxu- adelantó al grupo, se puso en cabeza y después tomó un camino de tierra que se adentraba en un robledal. Los demás le siguieron. Fue entonces cuando P se fijó que todos llevaban gomas mixtas, salvo “Peewee” que conducía una King Scorpion 350 de hace más de 25 años y con neumático de carretera; aunque no parecía importarle pues, con algún que otro “resbalón”, mantuvo su plaza en la procesión motera. Tras subir una pequeña cuesta, doblaron a la derecha y allí, a la sombra de una encina centenaria estaba esperándoles Tato, con una amplia y franca sonrisa, al lado de su Norton. Aparcaron. Saludos, abrazos,.. “Este tipo lo hemos recogido de debajo de un puente”.. ja, ja…, dijo Giorgio. Bueno, ¿cómo está el panorama? ¿habrá cosecha? ¿ha llovido suficiente? ¿has visto algo?. Los moteros fueron abriendo las maletas y alforjas de sus motos y, para sorpresa de P, sacaron de ellas cestas y navajas. Éste pronto comprendió que se trataba de una cita micológica. Peewee fue el primero en gritar señalando al suelo: "¡un boleto negro!" y cortó la primera seta. El hallazgo animó al grupo que pronto se dispersó por la zona. Tato se quedó atrás con P a quien explicó que él era de Donosti pero que todos los años se organizaba la movida allí en La Vera en donde él había vivido años atrás. Le dio una navaja al recién llegado y se dispusieron, como el resto, a peinar el monte. “Mira, mira, mira… ves esa especie de huevo frito que sobresale del suelo? Es una Amanita Cesárea, P, ¡la seta de los césares!.. ¡Qué suerte tienes, cochino! ¡Pilla! Mira… allí hay otra”. Durante casi 2 horas los siete se dedicaron a la recolección de setas: boletos, amanitas y alguna macrolepiota. (Bueno, Peewee también cogió unos hongos blanquecinos que decía conocer). Serían las 2 de la tarde cuando Jero soltó un juramento de 60 decibelios y congregó a todos de vuelta bajo la encina. La cosecha era abundante y eso se reflejaba en los rostros. “Vámonos”. Cada uno guardó su cesta y, de nuevo se pusieron en camino, en esta ocasión liderados por Peewee. Al cabo de un par de kilómetros Txetxu adelantó sorprendentemente a todos pero sólo para atravesarse delante del grupo y cerrarle el paso. Bajo su Shoei rojo asomaba una cara aún más roja que gritaba a Peewee, echándole la bronca: se había confundido de camino. Media vuelta y, esta vez con la Scrambler de Txetxu al frente, apenas tardaron media hora en llegar a una casa-cabaña en la que una columna de humo saliendo de la chimenea ondeaba como una hermosa bandera blanca de bienvenida. En la puerta, una mujer con el pelo moreno entrecanoso hasta los hombros y una cara en la que brillaban sus ojos verdes y resplandecía una hermosa y divertida sonrisa: Mariza . A su lado, Gabi y Deivi que habían llegado directos desde Madrid. Gabi con su nueva tronca. Deivi conduciendo su Zundapp con sidecar. Protocolo de aparcamiento, apagar motores, quitar cascos, saludos, abrazos, besos, … (Nadie pareció notar que los rostros de Mariza y P se habían paralizado un instante cuando sus miradas se han cruzado). Al cabo de un rato, todos estaban saboreando un buen Ribera del Duero sentados alrededor de la mesa larga de madera, salvo Txetxu y Mariza que se afanaban bajo la chimenea en donde un fuego de sarmientos doraba setas y chuletillas; y Peewee que se ocupaba de la ensalada con las amanitas cesáreas.

Han comido, han bebido, han reído y han mantenido, más o menos, una conversación común hablando de lo divino y de lo humano. P ha notado un par de veces sobre sus ojos la mirada de Mariza. Ahora ésta se acerca y se sienta a su lado. Con el cafelito comienzan las conversaciones en petit comité. Unos hablan de motos, otros de setas y otros también de motos.
- “Esto sí que es una casualidad entre un millón… y una sorpresa de la que aún no me he recuperado -dice P a Mariza en voz baja- Pensé que nunca te volvería a ver. Cómo te va? Qué fue de Luis?
- “Sí que es una casualidad…Aún no entiendo cómo has podido aparecer por aquí, pero ahora ya da igual…Bueno, todo fue bien hasta la enfermedad de Luis. Su inesperada y reciente muerte… –se le empañan los ojos de lágrimas, duda Mariza un instante y prosigue- Pensé en llamarte entonces pero habían pasado 10 años y no había vuelto a saber de ti. Decidí retirarme del mundanal ruido. Me fui de Bilbao y me vine a este rincón a plantearme de nuevo mi vida… y, mientras decido qué coño hacer, me dedico a embadurnar lienzos…Sé que ha pasado mucho tiempo, pero quiero que sepas que sentí… bueno, nada… realmente ha pasado mucho tiempo. Si quieres (su cara cambió y tomó un aspecto más decidido, más duro) te enseño en qué lo he malgastado los últimos 3 meses”.
Él asiente con la cabeza y, sin más palabras, ambos se acercan hasta la galería que da al patio. Allí, contra la pared, se agolpan decenas de lienzos de un tamaño medio considerable. Figuras humanas silueteadas, paisajes urbanos, interiores de fábricas, vistas de tejados desde la ventana, …todo en bellos y anchos trazos negros, grises, blancos manchados,… y un denominador común: en cada cuadro una pequeña zona sin pintar, como arrancada, como si fuera un jirón, siempre con bordes ocres. Un roto que da a la obra el aspecto de inacabada, un agujero negro por el que la vista se puede perder sin saber hacia donde, una llaga por la que pudiera comenzar el incendio.. o la podredumbre.

En el salón grande, el rumor de la sobremesa se ha roto con el sonido de dos guitarras. Deivi ha salido de la casa y ha regresado con los “2 encargos” que ha traído desde Madrid en el sidecar. Giorgio y Txetxu se están mirando a los ojos mientras rasguean las guitarras cuando se oye la voz de Moth cantar: “A long, long time ago. I can still remember how that music used to make me smile, ..” Mariza corre hasta el piano de pared y se incorpora al grupo. Al poco rato todos cantan “So bye, bye, Miss American Pie, drove my chevy…. singing this will be the day that I die”... Jero le da a la armónica y P advierte en él un guiño amigo que le tiene como destinatario. Le sigue “Hotel California”, “Longer Boats”, una version unplugged de “Wish you were here” que todos tararean: "We’re just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year"… El Cardhu está ayudando, sin duda, a poner en armonía las voces, los instrumentos y las almas.. “Moon over Bourbon Street”, “Take a walk on the wild side”, …
De pronto Peewee interrumpe y se marca un solo inesperado de ritmo frenético:… “Why don’t we do-do it in the road… Why don’t we do it in the road.. No one will be watching us.. Why don’t we do it in the ro-ow-ow-ad”. El extraño brillo en los ojos de Peewee es el primer signo visible de los efectos que los hongos alucinógenos que mezcló en la ensalada están a punto de producir. (continuará)

domingo, 23 de noviembre de 2008

TURNO DE OFICIO (1)

No, el sábado no puedo quedar -le digo a mis amigos-, tengo guardia. Comienza a las 10 de la noche del jueves y termina –teóricamente- a las 10 de la noche del viernes. Digo teóricamente porque en la práctica termina al día siguiente, sábado, sin que se pueda precisar la hora.

Tardé más de la cuenta, pero en el “triunfal” año de 1992 me decidí a terminar un ciclo de mi vida que implicaba -entre otras cosas-, el final de una antigua e íntima amistad y mi reciclaje en el terreno laboral. Al tiempo que comenzaba mi nueva andadura profesional me presenté al examen de la única asignatura de la carrera de Derecho que tenía pendiente ¡desde hacía 13 años!, conseguí mi título y me inscribí en el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. En 1997, después de hacer el preceptivo curso de adiestramiento, me apunté al Turno de Oficio, institución cuyo principal objetivo es ofrecer asistencia letrada a quienes no tienen recursos suficientes para costearse un “abogado de pago”. Realmente, desde 1993 me gano (y pierdo) la vida en una empresa de “organización de eventos”, como se dice ahora, pero el Turno de Oficio es para mí un balcón –y una escuela- desde el que observo rincones de la vida que son difíciles de contemplar desde fuera de esa atalaya. Así que comencé a visitar comisarías, calabozos y presidios, me habitué a ponerme la toga y a disimular los nervios delante de un tribunal, a negociar con los fiscales y a comprender que los clientes no siempre dicen la verdad aunque no mientan…y en eso sigo.

7.00 am. Suena el teléfono: “Buenos días, Don Gonzalo, le llamo de la guardia. Asistencia en el depósito de la Policía Municipal de la calle del Plomo. Javier G.R. Delito contra la seguridad del tráfico. Hay que estar allí a las 8”. Mi primera asistencia y mi primer descoloque. Cuando llego, el policía de guardia me cuenta que han detenido al antedicho, borracho como una cuba, dando botes encima del techo de su coche, a las 4 de la mañana, después de chocar contra otro vehículo; además, el pájaro se ha negado a hacer la prueba de la alcoholemia. Sacan al muchacho del calabozo. Es un chaval con "buena pinta", que podría pasar por universitario e incluso pijillo, aunque algo desaliñado y con la ropa sucia. Se acoge a su derecho a no declarar ante la policía y hacerlo ante un juez. A continuación pide tener una entrevista reservada con el abogado, otro derecho que le asiste. Habla serio y tranquillo. Me cuenta que es un tipo normal, con su novia y su trabajo normales pero que recientemente ha recaído en la droga. Por eso había ido esa noche a pillar a Las Barranquillas y se había “puesto” un poco. Que le han seguido unos mafiosos porque le querían robar el “caballo” y la pasta y que ha sido él quien ha llamado a gritos a la policía para que lo auxiliaran. Sin embargo, la poli ha llegado, le han dado dos ostias y lo han metido en el trullo… ¿Qué pasó realmente esa noche? Yo nunca lo supe. Al día siguiente un abogado particular me pidió la venia para su defensa.

Desde estos más de 10 años he conocido a una fauna muy variopinta. Chorizos, violentos, colgaos,…y hasta gente normal que tuvo un mal día! Me he ido acostumbrando a hacer mi trabajo de la forma más técnica posible. Y esto viene al caso porque a veces me preguntan: ¿tu defenderías a un violador? o ¿cómo puedes asistir a un maltratador? Parece que en algunos delitos repugnara el ejercicio de la profesión. Sin embargo yo no pienso así. En primer lugar, en un Estado de Derecho nadie es culpable hasta que no se demuestra lo contrario. No se puede "etiquetar" -y menos condenar- a nadie previamente, sino después de un proceso justo. Y para juzgar y condenar están los jueces, no los ciudadanos ni los abogados. En segundo lugar porque creo que el derecho constitucional de Defensa ha de amparar también a los que no tienen recursos. Lo que no sería equitativo es que los ricos tengan posibilidad de defenderse y los pobres no, porque los abogados del T.O. puedan rechazar los asuntos que no les gusten. Es un turno obligatorio para el que lo elige -no una oferta en la que puedas seleccionar los asuntos- salvo casos extraordinarios. En tercer lugar porque nuestro cometido es, como he dicho, fundamentalmente técnico: ante unas situaciones que encajan en supuestos más o menos previstos, aplicamos unos protocolos más o menos previstos también. En suma, que nuestra obligación es hacer nuestro trabajo de la manera más profesional posible. Que así lo hagan también el fiscal y el juez. [Pienso en el cirujano que tiene que operar a un presunto terrorista. Su labor es salvarle la vida; Dejemos que sea la Justicia quien lo juzgue]. En alguna ocasión quizá porque las otras partes del proceso no han hecho bien su trabajo, ha salido absuelto alguien que, en mi fuero interno, yo mismo creía culpable del delito. ¿Ha sido, acaso, responsabilidad del abogado...?. Me viene ahora a la memoria el caso de Julián, un joven que estaba cumpliendo condena y se libró de una nueva, lo que significaba que pronto saldría de prisión. Cuando fui a visitarlo al presidio mi conciencia -error de contención profesional- no se pudo aguantar y le dije algo así: Has tenido mala suerte en tu infancia [pobreza, analfabetismo de los padres, ambiente de violencia, falta de educación,..] pero hoy te ha visitado la buena estrella. Aprovecha esta oportunidad, quizá no tengas otra!!

Como es fácil imaginar, todos estos años han sido generosos en anécdotas y situaciones dignas de comentario. Por eso el título del post tiene detrás el número 1. Probablemente vendrá algún otro número, una nueva entrega. Ahora guardo la Ley de Enjuiciamento Criminal en mi cartera y espero que suene el teléfono y una voz me diga: “Buenas noches, don Gonzalo, le llamo de la guardia….”

domingo, 2 de noviembre de 2008

AUSENCIA

Deslizo la llave en la cerradura y al tiempo siento en los dedos el ligero temblor que sus dientes producen al introducirse en la ranura. Un giro hacia la derecha y el pasador bascula hacia ese lado: se iza la compuerta de mi castillo urbano. Después de un ligero empujón solo hay que recorrer un pequeño tramo –ocupado ya por la oscuridad de la noche- hasta la puerta de casa. Pero algo falta en este guión de rutina diaria que en un par de segundos un plato vacío en el suelo me recuerda con toda crudeza: no hay ladridos ni saltos de bienvenida; sólo silencio: sensación de ausencia.

Uko!, Uko!, ¡plas plas plas!. [Cuando íbamos a por setas y le perdía de vista, le llamaba y daba palmadas. Al poco tiempo –a veces algo más de lo que me hubiera gustado- aparecía moviendo el pompón (le cortaron el rabo al nacer), nos mirábamos, cómplices, y yo seguía a la búsqueda del boleto de mi vida y él a la de rastros y olores invisibles para mí] Aquella mañana no se me había dado mal la cosecha micológica pero el perro no acudía a mi llamada. Salí del bosque y fui hacia donde tenía el coche aparcado. Tampoco estaba allí. Me dirigí a los lugares hacia los que me imaginé que habría podido ir, pero nada. En el bar junto a la carretera me dijeron que un tipo se había asomado a la puerta de entrada para preguntar si el perro blanco que seguía insistentemente a su perro negro era de la casa. Le respondieron que no, se fue, y esa fue la última información que tuve de Uko.

Sensación de ausencia. Entrar en una escuela sin niños. Abrir el buzón en el que un día más no está la carta esperada. Gritar con todas las fuerzas y no escuchar la respuesta del eco. Sentimiento de ausencia. Un agujero negro y frío que la memoria se ocupa ahora de alimentar con recuerdos. Cuánto lo echo de menos! Y pienso que me tendré que acostumbrar, como nos acostumbramos a todo –qué remedio-; y después, día a día, el olvido va cubriendo con su niebla a aquellos que, de una u otra manera, se ausentan de nuestra vida … del mismo modo que otros, también, se habrán ido olvidando de mí desde que salí de su vida.

Dónde se habrá metido el coño perro? Hacia dónde se habrá ido: hacia arriba o hacia abajo? hacia un lado o hacia el contrario? Se habrá despistado persiguiendo un rastro de olor? –Paquito dice que los perros no se pierden en el monte, que los que nos perdemos somos nosotros-. Regreso al punto de partida y vuelvo a hacer el mismo recorrido que había hecho con él. Uko! Uko! ¡plas, plas, plas!. Nada. Me cruzo con gente que bajan ya de su excursión por el monte; les pregunto y nada. Doy vueltas y vueltas. Pregunto y pregunto. Pido ayuda. Por la tarde ya somos cinco buscando. Nada. Cuando me quiero dar cuenta ha caído la noche, y también el desánimo. En la carretera, de regreso, conduzco con cuidado y miro con miedo hacia las cunetas.

Dónde estará? Estará realmente perdido o quizá –sonrío al pensar- es que ha encontrado a la perrita de sus sueños?... Lo habrá robado un desaprensivo? Habrá caído en una zanja y no puede salir? Intentará encontrar el camino hacia casa? Ha caído la noche y con ella el frío se instala en la sierra. Todos los días los del bar cierran y bajan a dormir a su casa en el pueblo. Por allí no queda nadie. Se habrá refugiado en algún sitio, una cueva… o algo así? Es un perro urbano, no sabe buscarse la vida. Resistirá el frío? Se lo comerán los lobos? Lo atropellará un camión?... Es que no se me ocurre ni una buena!

Al día siguiente he vuelto a la sierra. Durante toda la mañana Tino, Susana y su perro han estado buscando sin éxito. Pongo unos carteles con su foto por la zona. También subo al día siguiente y pongo más carteles en los sitios en los que suelen aparcar sus coches los seteros, los montañeros,….Cada día que pasa sin que haya noticias de Uko, la esperanza decae, aunque me niego a darme por vencido y a acostumbrarme al frío que produce su silencio, su ausencia. Haciendo un esfuerzo he retirado del suelo de casa su plato vacío: no es cuestión de tropezar con él…, bueno, tampoco es cuestión de que, además del silencio, me machaque su visión cada vez que llego a casa.

Ha habido una llamada al teléfono de los carteles: falsa alarma.

Todos los días la gente cercana me pregunta si hay noticias. Al responder negativamente, la gran mayoría me trasmite su sentimiento de solidaridad y pena, siempre asemejando la pérdida del perro con la de alguien querido de la familia. Lalo apenas me habla. Es el que más jugaba con Uko y creo que, en parte, me hace culpable de su pérdida por llevarlo sin correa. Yo no entiendo su resignación. Mantengo la esperanza de que si aún no han habido “malas noticias”….


A los 10 días han llamado por teléfono. UKO HA APARECIDO. Estaba sentado en la carretera que va de La Granja a Torrecaballeros en Segovia y un coche lo ha recogido después de que estuviera a punto de atropellarlo. Han leído el chip y han llamado. Voy a buscarlo. Está sucio, delgado, como desorientado, con un gran mordisco en el cuello….pero ¡¡¡¡¡VIVO!!!!!!!
UKO, GRACIAS POR VOLVER [Mónica dixit]. Tenemos mucho de qué hablar, compañero del alma [Miguel H dixit]. Por la noche saldremos de paseo, como tantas noches… sin correa!

miércoles, 15 de octubre de 2008

DEJAR DE FUMAR?

Hace más de 8 años –el 15 de mayo de 2000 concretamente- fumé mi –hasta ahora- último cigarrillo. Para ser sincero he de decir que tal hecho no fue el resultado de la decisión valiente que culmina un proceso de reflexión -¡He decidido dejar de fumar!- sino la consecuencia de una serie de circunstancias que debieron de propiciar alguna conjunción planetaria… o algo así. Si, más bien fue un... “algoasí” lo que me mantuvo en vela durante la noche que siguió a aquel día, un "algoasí" que se desplazaba a su antojo por mi sistema gastrointestinal, digamos que... “del uno al otro confín”. A la mañana siguiente cuando sonó el despertador, lo mandé a paseo –al despertador- y, por fin, pude dormir de seguido toda la mañana. A mediodía desperté, bebí agua para no provocarlo -al “algoasí”- y volví a caer en el nirvana hasta que retorné a la vida consciente ya a última hora de la tarde. Fue entonces cuando me di cuenta que llevaba casi 24 horas sin fumar y quizá igual número de años que eso no ocurría. [No, no soy capaz de dejar de fumar –pensé- no tengo las fuerzas suficientes para decir adiós al vicio. Si alguna vez pensé en ello, rechacé inmediatamente la idea de plantearme de forma seria y consciente abandonar el placentero ejercicio de aspirar y expirar el rico humo del tabaco]. Recordé que mi amigo Paco para esos días de moral baja tiene su receta personal: plantearse objetivos alcanzables, metas cercanas, de manera que al conseguir lo fácil, cogemos el ánimo y la “carrerilla” suficiente para afrontar la siguiente etapa, un poco más difícil. Y eso fue lo que yo hice: intentar superar una jornada completa sin tabaco. Cuando al día siguiente me desperté –ya enganchado al inexorable horario laboral- me fui al curro con mi pequeña victoria. No fue fácil aguantar el reto durante las siguientes 24 horas, pero lo logré y después pasó otro día y otro… [La sóla idea de no volver a fumar nunca más…. me animaba a fumar!, pero al reducir el desafío a sólo unas horas no me resultaba tan difícil resistir la tentación]. Fue entonces cuando Enrique me propuso viajar a la Noguera-Pallaresa el siguiente fin de semana y le dije: si consigo mantener mi pulmón “deshabitado” para entonces, me lo daré de premio. Y logré el premio y en aquel fin de semana en el Pirineo de aire libre, río, barrancos y bicicleta (y abstinencia nicotínica) me puse una nueva meta: aguantar sin fumar hasta el día de Nochevieja y, si lo lograba, me fumaría un cigarrillo con las doce campanadas. A pesar de un par de ataques de ansiedad -y sin recordar qué coño hacía yo antes con las manos- llegué al 31 de diciembre. Me dio miedo el regalo prometido y decidí alargar el plazo hasta cumplir un año. Y l llegar esa fecha lo postpuse de nuevo hasta el final del 2001. Y, cuando ya no encontré otra excusa, me dije a mí mismo, incrédulo: bueno, si alguna vez me invitan a Cuba me fumaré un puro!

Agosto de 2008. Sigo sin fumar. El destino me ha llevado a La Habana. Por la tarde, tomo un “mojito” en el “Nacional”. La tarde comienza a caer y yo comienzo mi camino por el Malecón hacia La Habana Vieja. Parejas de novios, familias enteras, grupos de viejos y pandillas de jóvenes, solitarios, matrimonios, adolescentes, algún pescador, vendedores de maní, niños, amantes,…todos acuden a la cita diaria junto al largo paredón que el mar azota mientras el sol se va poniendo cada vez más colorao, colorao… hasta desaparecer. Cuando llego al “Floridita” ya es de noche. He caminado un par de horas. Unos daiquiris me animan a pecar. Enciendo un “Robusto”. Huuummmm ¡Qué delicia aspirar el aire a través de las trenzadas hojas de tabaco encendidas! ¡Que placer soltar el humo fresco a pequeñas bocanadas que se pasean antes por mi boca! Miro a la escultura de bronce de "Don Elnesto" junto a la barra e imagino mirar a través de sus ojos. Un pequeño grupo de música ameniza la noche. Al escuchar un tema conocido invito a bailar a las dos mujeres que me acompañan pero me dan "calabazas".

No he vuelto a fumar desde entonces, pero espero encontrar otra ocasión tan hermosa y tan propicia para disfrutar de un buen habano. Que sí

lunes, 31 de marzo de 2008

Día 10º.- 30.Oct.2007. Una bufanda blanca

* Este blog comenzó al tiempo de mi viaje a Nepal, cuyo relato se inicia en el primer post -"Día 0" en "entradas antigüas"- y finaliza en éste -"Día 10º"-.

30.Oct.2007. (En mi cuaderno de tapas rojas no hay nada escrito desde hace dos días. Meses después, cuando escribo este blog, cierro los ojos e intento recordar mi último día en Nepal. La memoria me va trayendo retazos de imágenes que me apresuro a reflejar en mi cuaderno y así, a posteriori y de forma tramposa, surge el guión que seguiré para contar lo vivido, poniendo punto final a esta crónica viajera.)
Me he despertado en Elbrus Home. Duchita y rutina diaria (a estas alturas, ya sabes en qué consiste). Salgo a la terraza en donde tengo preparado el desayuno. Liquido la cuenta de la pensión y Ale, con una hermosa sonrisa, me pone una bufanda de seda blanca alrededor del cuello. Me pilla desprevenido. Lo había olvidado: se trata de la entrañable y solemne despedida del budismo tibetano. Gracias, Ale. Rehago el equipaje para guardar la bufanda que conservaré como un sencillo pero bellísimo recuerdo. (Un buen tipo, Ale. Siempre sonriente. Espero que salga adelante. Como tantos aquí, tiene toda una historia de supervivencia detrás…)

Vamos en taxi hacia el aeropuerto. Antes de llegar, Pedro le dice al conductor que se detenga a la altura del centro de “Maiti Nepal” que está cerca de Patsupathi. El se quedará allí. Es el final de nuestro periplo juntos. (O el principio de una renovada bella amistad Bogie-Louis). Se me ocurre pensar que estos días han dejado un poso común que nos acompañará toda la vida. Me siento profundamente agradecido a Pedro. Salimos del coche para despedirnos. Me rodea el cuello con una bufanda blanca y nos damos un abrazo fuerte de despedida. Que nos vaya bien!

(El abrazo: abrir anchos los brazos que, en seguida, encuentran su imagen inversa reflejada en el otro...acercarse, entregarse...y después cerrarlos fuerte hasta sentir que los corazones se tocan, se funden intercambiándose su calor y sus cosas. Durante unos instantes las almas no alcanzan a distinguir qué piel es la de cada cual. Recuerdo el verso del tango que siempre me ha emocionado..”buscando un pecho fraterno, para morir abrazao” -abrasao, entendía yo, que tampoco está mal- .
Hay que abrazarse más. "Abrazoterapia" lo llama mi amigo Juanjo que siempre procura que no le falte su dosis diaria. Yo también conozco sus efectos terapéuticos.)


Ya en el aeropuerto me gasto las últimas rupias en un bocata y me doy cuenta que no he reservado unas pocas para conectarme a Internet en el cybercafé de la sala de embarque. Es una clara falta de previsión, pues me toca esperar varias horas y ya terminé mis relecturas de Sidharta y Demian (Herman Hesse, qué antiguo soy!). Tampoco tengo mi guía Lonely Planet. A pesar que ayer estuve todo el día llamando por teléfono a Purna, su móvil estaba apagado o fuera de cobertura. Espontáneamente me surge un sentimiento de rabia... me fastidia el hecho de que Purna falte a su compromiso de devolvérmela, después de que se la prestara en plan favor. A veces ocurre. Es la decepción. Confiar en alguien y comprobar que traiciona tu confianza. Pero, bueno, hay que hacer un esfuerzo y no dejarse llevar por los malos rollos que genera. Enseguida tendemos a pensar que no merece la pena confiar en la gente, que al final todo el mundo va a lo suyo... No. No dejaré que los pensamientos negativos me lleven al bucle de la desilusión y el excepticismo. (Hay que pensar en positivo, como Tío Jesús -mi pariente más optimista... y más longevo!-). Quizá Purna haya tenido algún problema inesperado. Pasé unos buenos días con él y esos serán los recuerdos que decido conservar.

Vuelo en el avión a Qatar junto a un tipo asiático (coreano?) gordo, raro y que no habla (quizá esto sea lo mejor). Ya es de noche cuando aterrizamos. En las horas de espera antes de mi vuelo a Madrid, me entretengo caminando por la terminal. Además de ver tiendas y restaurantes, visito la mezquita en donde hay gente rezando permanentemente. Entra en ella un tipo con pinta de talibán y yo me piro por si las flies. Me acerco entonces a la guardería, por cierto multiétnica y “high standing”(Todo es luxury en el aeropuerto de Doha: aire acondicionado hasta la escalerilla del avión, los coches "follow me" son BMWs serie 7,... ) En el sofisticado kindergarten, niños y madres, con indumentarias y aspectos exóticos y variopintos, reproducen, sin embargo, patrones conocidísimos: “baja ya del tobogán que papá está esperando” “ven que te limpie los mocos”…
Voy al bar. El perrito caliente es de pollo y el agua de cebada asquerosa. No aprende uno.

Cuando llaman al embarque para el vuelo a Madrid yo aún sigo con mi bufanda blanca al cuello. Seguiré con ella hasta Madrid y la colgaré en la pared de mi despacho. En el avión viajan muchos españoles que regresan de Tailandia, Vietnam, India,…Doha es para ellos, como para mí, el umbral del regreso. Tengo suerte y me toca un asiento junto a la salida de emergencia. Puedo estirar las piernas. En el avión me dan un kit de vuelo nocturno: mantita, zapatillas, tapones para los oídos,…Despegamos hacia Madrid. Serán varias horas de vuelo y llegaré a la mañana del día siguiente.
Parece que fue ayer cuando empezaba mi viaje. Ha sido el tiempo de un suspiro suspendido en el propio tiempo. Y, en ese suspiro, la vida ha fluído a raudales, intensa y rápida, recorriendo también los rincones del corazón y dejando la huella -o la dentellada- de su paso. En el viaje crees-deseas huir y, en realidad, lo que haces es dar un gran rodeo hacia el punto de partida. Y es que cuando vamos, ya estamos de vuelta. Viajar: entre la huída y el regreso. Vuelve Gardel a cantar: ... "aunque no quise el regreso, siempre se vuelve...."¿siempre se vuelve? Volver: regresar de una huída imposible con la duda (la esperanza?) de saber si el que vuelve es el mismo que se fue. "Pero el viajero que huye, tarde o temprano, detiene su andar. Y aunque el olvido que todo destruye haya matado mi vieja ilusión, guardo escondida una esperanza humilde, que es toda la fortuna de mi corazón".
José Hierro también acude a la memoria: "Alegría es sentir el alma nuestra y viva. Y es cuando más la sentimos cuando la llevamos herida". Esa noche, por encima de las nubes y por debajo de las estrellas, un alma feliz, aunque algo triste, regresa de un sueño cumplido... con la urgencia de comenzar a soñar de nuevo!.




Día 9º.- 29.Oct.2007. Souvenirs, souvenirs

29.Oct.2008. Katmandú. En estos mismos instantes en los que escribo -ya sin diario que me sirva de guía- intento recordar el día anterior a mi regreso… Despertar tranquilo, salutaciones al sol, orden de equipaje... Me he tomado el día libre y no he quedado con nadie. Salgo a la calle. Soy consciente que es mi último día en Katmandú y me da un poco de yuyu (en realidad, un mucho de yuyu!). Aprovecho la primera hora del día para ir a la oficina de la compañía aérea y confirmar mi vuelo de vuelta. Coincido con unos empleados de Telefónica que llevan en el país casi un mes y han visitado los parques nacionales de Nepal con sus elefantes, tigres, rinocerontes,… (no está mal como viaje de incentivo). Veo pasar a los niños nepaleses con sus uniformes camino del cole. En un patio de colegio los chicos juegan al fútbol. Al borde del campo las chicas hablan entre ellas formando corrillo.

En estos días todo ha sucedido muy rápido y, en mi situación de “sólo ante el peligro”, mi cabeza se ha dedicado prioritariamente a organizar mi tiempo y resolver más o menos adecuadamente los retos que iban surgiendo sobre la marcha. Bueno, también han habido momentos de reflexión y momentos para el recuerdo. (La memoria, esa despensa de imágenes que aprovechan cualquier pretexto, cualquier resquicio, para colarse dentro de uno con su equipaje de sensaciones que a veces creíamos olvidadas. Y no sólo de imágenes: en esa despensa hay también olores, sonidos, sabores, tactos... ). Caminando por las calles de Thamel, me he acordado de quienes espero encontrar a la vuelta. (probablemente también me acordé de ti, que me estás leyendo!). Así que, en la víspera de dejar Nepal, me aplico en la labor de hallar "mensajes cifrados" escondidos en objetos, en cosas que llevaré a quienes andan zascandileando entre mis pensamientos. A cada uno, su “Rdo. de Katmandú”. La memoria ha acortado, súbitamente, la distancia entre Nepal y Madrid y la ciudad se ha asomado abriéndose paso en mi cabeza en la que las personas queridas se pasean con descaro mientras yo intento pensar en cosas que me gustaría que les gustaran, que usaran, que guardaran.... En mi deambular también voy descubriendo objetos que parecen gritarme el nombre de su proximo dueño. Lo paso bien y sin embargo pienso que, paradójicamente, a mí me pone un poco nervioso que me hagan regalos -por mi cumpleaños, por ejemplo-, como obligado compromiso... Me azoro imaginándome sin saber qué decir o qué cara poner cuando abra el paquete con la camisa horrorosa, la colonia que no usaré o el libro que ya he leído. No sé si debería hacer el esfuerzo de considerar que los demás lo hacen con la misma buena intención que la mía...o ser más asertivo... o deprimirme pensando; cómo me han podido relacionar con algo tan poco...indicado?

Durante la mañana recorro las calles. Entro en un establecimiento de “comercio justo”, visito una tienda de tibetanos que venden ropa de lana de yak, también el delicioso “Aroma Garden” con su excelente “bálsamo de tigre” y fragantes esencias del Himalaya, una especie de chiringuito en el que compro banderolas budistas de oración, otro con las obligadas t-shirts serigrafiadas o bordadas, una tienda de música, una joyería, una librería.... en una encuentro una preciosa postal alargada, ¡con una vista del amanecer en Nagarkot! Compro tres. Las enmarcaré en Madrid. Me quedaré con una y ya tengo pensados los otros destinatarios.
En fin, que me paso la mañana pateando Thamel y gastándome las penúltimas rupias.

Ya por la tarde, me reúno con Pedro, que ha regresado de Gokharna para compartir conmigo mi última noche nepalí. Vijay nos ofrece una cervecita en su casa y nos hacemos unas fotos con su familia delante de su "Nepa Cold Store" de Golkhopakha . Después nos vamos a cenar a un restaurante cerca de la "Kathmandu Guest House". Aunque es una cena frugal, hoy es un día especial y pido vino: muy caro y no muy bueno. Hablamos y hablamos. En nuestra conversación sale el tema de mi regreso. No me gustan las despedidas, dice Pedro, intento evitarlas pues me ponen triste. (En todo caso siempre estaré en contacto con él a través de su estupendo blog: http://www.nepalsunrises.blogspot.com/ )

Paseo nocturno por el bullicioso Thamel, pillo un pañuelo de pashmina y me voy a descansar a Elbrus Home. Mañana será un día muy largo. En la cama, con la luz apagada, repaso los “souvenirs” y me duermo tranquilo, entre la memoria, la realidad y los sueños.

Día 8º.- 28.Oct.2007. Kirtipur-Chobbar- Patan

28.Oct.2007. Hoy somos 4 en el pequeño taxi de Rup, pues Purna ha venido con su hijo de 10 años. (Three is a crowd; four.. ya lo contaré después). Salimos de Katmandú hacia el sur. El tráfico en la ciudad y para salir de ella es absoluta y maravillosamente caótico. La calle es un mar de vehículos que se desplazan lentamente, con dificultad, haciendo sonar su claxon con cualquier pretexto: para saludar, para anunciar una de maniobra, para llamar la atención…da igual. Hay un atasco permanente y no es fácil adivinar la dirección que llevan los coches, que se cruzan en un "totum revolutum", como abriéndose paso a codazos. Observo que las motos llevan instaladas unas gruesas barras metálicas a la altura de las rodillas, seguramente para evitar los golpes que deben ser frecuentes.. y también para colgar de ellas las bolsas de la compra!. (Días atrás me ofrecieron una moto para mis desplazamientos y no me atreví a aceptar, a pesar de que se trata de mi medio de transporte urbano diario en Madrid). En las calles de Katmandú, verdaderamente “se hace camino al andar”.

Hemos llegado a Kirtipur. Rup me dice que se queda a mis órdenes. No puedo aceptarlo, así que le digo que siga con su curro de taxista y que le llamaré cuando realmente lo necesite. Pone cara de mosqueado, le pregunto el porqué y no me contesta. Le pago –bien- y comienzo mi visita a Kirtipur, ciudad ubicada entre dos colinas que fue sitiada en el siglo XVI y a cuyos habitantes newaris, al ser finalmente derrotados, se les cortó nariz y orejas, salvo a quienes acreditaron saber tocar instrumentos de viento (el caprichito del unificador rey de Gorkha, Prithvi Narayan Shah). En el templo de Bhairab cuelgan aún las armas de los sitiados.
Visitamos después un hermosísimo templo y un soleado bihar budista en el que se reproducen escenas de la vida de Sidharta. Es un lugar encantador, lleno de paz.

Hace millones de años, Vishnú descargó su espada contra la montaña y, por esa herida se vació de agua el gran lago que ocupaba el valle de Katmandú. Se trata de la garganta de Chobbar hacia la que nos dirigimos en una hermosa caminata por el monte. A la orilla del camino hay árboles en los que reconozco la popular “flor de navidad” en su versión gigante. Pasamos junto a varios “chambaos” en los que familias enteras pican piedras con martillos y mazas hasta convertirlas en grava. Es para la construcción, me dice Purna. No muy lejos se divisa un lago en el que se bañan, alegres, jóvenes nepaleses.

Un puente colgante de cuerda une las dos orillas del desfiladero de Chobbar bajo el que corre y brinca, entre peñascos, el sagrado río Bagmati. Nos hacemos fotos en el puente junto a las banderolas de oración. Es un bello día. De regreso a Kirtipur, nos cruzamos con una joven y guapa mujer que camina sola -alta y delgada- envuelta en un sari y con la tika en la frente. Nos sonríe y pregunta por el camino a Bungamati (que está bastante lejos, por cierto). Purna la indica en inglés. Una vez que reanudamos nuestro camino, mi compañero me pregunta, malicioso, por qué no he dicho nada, pues le ha parecido que la chica era española. A mí también. I’m too lazy to share anyothers’ problems, le digo.

El último trayecto hasta Patan (Lalitpur, ciudad de la belleza), la tercera ciudad real del valle, lo hemos hecho en un taxi que nos deja en la plaza Durbar. La concentración de templos es espectacular y refleja la época de mayor esplendor en la historia de la ciudad, durante los reinos de la dinastía “Malla”. Subimos hasta la terraza del “Café du Temple” en la que la vista sobre la plaza es realmente fantástica. Purna me explica desde allí los tres tipos básicos de templos (la “stupa” o tsortseng budista, la “sikkhara” de piedra y origen indio y las “pagodas” de ladrillo y madera cuya forma de construcción se exportó a China y Japón). También me cuenta cómo las estatuas de los “garudas” –mitad hombre, mitad ave- siempre señalan hacia los templos que se dedican a Vishnú y la curiosa leyenda sobre el rey Yoganarendra, cuya alta estatua enfrente del palacio real está sometida a la vigilancia de un pájaro que aún espera su regreso,…Disfrutamos de la vista y nos tomamos una refrescante cerveza al sol. (Pujan, el hijo de Purna, se forra a cocacolas y a la tercera o cuarta el pobre echa la pela). Purna insiste en practicar conmigo el castellano que está aprendiendo. Una chica parece que nos ha escuchado, se acerca a la mesa y me pregunta: ché vos sos argentino también?.

Paseamos por Patan: el Palacio Real, el Templo Dorado, los chowks, los pokharis,.. En las calles se ven talleres y escaparates con innumerables –algunas inmensas- figuras de dioses y diosas hechas en metal (bronce, cobre, latón,..) En Patan hay una gran tradición de esta artesanía. Está cayendo la tarde cuando emprendemos el camino de regreso hacia Katmandú. Me fijo que en una cuneta crece un arbusto de marihuana. Finalmente pillamos un taxi y junto con otros coches, motos, autobuses, bicicletas,… pasamos a formar parte del caos del atasco, ahora nocturno. Tardamos un montón en llegar a casa de Vijay en donde dormiré hoy. Me despido de Purna y le doy las gracias y una pelas. Me promete que al día siguiente me devolverá la lonely planet que me ha pedido para fotocopiar algunas páginas (en castellano).
Salgo de paseo nocturno por el barrio de Thamel-la-nuit, en donde el tráfico está restringido. Como en noches anteriores llego a una calle en cuyo fondo hay un gran anuncio de Carlsberg que, a mí me sugiere la puerta de entrada a la movida nocturna de la ciudad. Todo está abierto: hoteles, restaurantes, tiendas, librerías, cybercafés, .. Por las calles circulan los rickshaws llevando turistas y pululan los vendedores ambulantes (Tiger balsam, sir?). Al doblar una esquina escucho “Message in a bottle”, interpretado en vivo. Hay grupos de música poprock que amenizan cenas o terrazas de copas. (Según me contaron, aunque yo no lo ví, por esta zona hay movidilla de droga y prostitución –masculina y femenina- para turistas ricos y viciosos).
Entro en la librería Pilgrin’s y me doy un paseo por el interior. Me encanta curiosear sus libros, mapas, objetos de escritorio,…Subo al primer piso y, al bajar, descubro un hermoso patio con mesas y plantas iluminado por velas… en donde se puede cenar! Me siento y aprovecho para poner al día mi diario. Cuando viene el camarero descubro que toda la comida que ofrecen es vegetariana. No importa. Se está en la gloria. Mientras escribo estas líneas, me doy cuenta que esa noche fue la última vez que escribí en mi cuaderno rojo y que el día siguiente fue el último en que hice fotos.

domingo, 30 de marzo de 2008

Día 7º.- 27.Oct.2007. La nubes de Nepal

27.Oct.2007. Son las 4.40 de a madrugada y aún es de noche cuando el pequeño Suzuki-Maruti acude puntual a la cita concertada. Hi, good morning, Rup. Después de media hora de trayecto, estoy a las puertas de un pequeño edificio escasamente iluminado. Bye, Thank you, Rup. Aún tardará en amanecer. Comienzan a llegar al lugar algunos vehículos -furgonetas y minibuses- de los que, entre sombras, se apea gente y descargan bultos y equipajes. En poco tiempo se ha organizado un considerable tráfico de personas que parecen conocer perfectamente los protocolos de un tránsito que yo ignoro por completo. Después de las oportunas preguntas e indicaciones me encuentro sentado en un asiento corrido de la pequeña terminal de vuelos domésticos del aeropuerto de Katmandú. Ahora entiendo. Los que vienen con equipajes son nepaleses o grupos de montañeros que van de trekking. Pequeños aviones de hélice de compañías nacionales les llevarán a Pokhara, Kakharbitta, Lukla… No es mi caso. Un hombre de unos 40 años se sienta a mi lado. Me pregunta en inglés y le confirmo que, efectivamente, yo también voy al “Mountain Flight”. Después de mi frustrada experiencia de Nagarkot, he decidido no perder la oportunidad de contemplar el esplendor del Himalaya, aunque sea desde el aire. (Voy al encuentro del ruido de avioneta que escuché ayer... si la montaña no viene a Mahoma…) Enseguida reconozco la procedencia de mi vecino de asiento y continuamos la conversación en castellano. Federico es de Toledo y no tardo en darme cuenta que es un verdadero “chubasca”. Aunque le he dicho que no soy montañero, él no encuentra razón para librarme del relato de los trekkings que viene haciendo desde hace años. En su narración, intercala comentarios sobre la mala calidad de la línea aérea que nos va a llevar hoy y que, si se retrasan, nos vamos a perder el amanecer. Es lo cierto que somos los últimos en embarcar.

Los dos motores del pequeño avión al que hemos subido una docena larga de intrépidos pasajeros van aumentando el estruendo a medida que calientan y suben sus rpm. Me ha tocado un asiento junto a la hélice. Federico, enfrente, me advierte que no vamos a ver nada pues las ventanillas están empañadas por fuera. No sé si decirle al piloto que me deje un trapo y las seco yo –dice …pero no hace-. Afuera hay una niebla considerable. (No puede ser, me digo: en este viaje me persiguen las nubes!… y eso que estamos en la estación seca!). Dado mi miedo a los aviones –y más a los pequeños… (recuerdo a mi querido Julio)- murmuro un “alea jacta est” y me abandono al destino con entrega total. Con un zumbido acelerado pero con gran suavidad, despegamos. Por debajo de la ventanilla -ya desempañada-, los tejados de Katmandú aparecen y desaparecen entre retazos de nubes grises... Y de pronto, en un instante, se produce el milagro, la visión: un magnífico sol ilumina la cordillera del Himalaya. Por encima, un azul potente, esplendoroso. A los pies de las montañas, como una alfombra, un compacto mar de nubes que impide ver el suelo. Me sale del alma: ¡estoy en el cielo!. Me relajo y disfruto del espectáculo. Escucho la voz de una hermosa muchacha, con delantal tibetano, que hace las veces de azafata y que desde el pasillo va recitando los nombres de las cumbres que van apareciendo en el cercano horizonte, al otro lado del ojo de buey.
Quien quiera puede visitar la cabina. Allá voy. Enfrente, enfrente, me señala el copiloto: Ahí está. The top of the world: El Everest!.

Lo del aterrizaje de este trasto no lo tengo yo nada claro dice Federico cuando vamos a tomar tierra, después de una hora exacta de vuelo. Afortunadamente el aterrizaje es perfecto.

Rup me está esperando con su pequeño taxi. Vamos a buscar a Purna, que me acompañará los próximos dos días. Hacemos una parada en Patsupathinat, que nos pilla de paso. Doy un nuevo paseo por este lugar que me fascina. En su parte alta descubro unas largas hileras de lingams y yonis de piedra y también una interesante vista de Katmandú en la que se divisa, a lo lejos, la stupa de Bhodanat. No quiero dejar pasar esta segunda ocasión: le doy unas rupias a unos santones y obtengo el permiso para fotografiarlos a gusto.

Más tarde en Katmandú, recorro con Purna sus mercados callejeros y con él descubro una nueva y diurna Plaza Durbar. Es ya mediodía cuando picamos algo en el ático de un edificio cercano al antiguo Palacio Real. Miro hacia abajo: una hermosa visión de “Freak Street”, soleada placita-paraíso de los hippies de los 60-70, hoy convertida en una explanada con puestos callejeros en los que venden souvenirs. Miro hacia arriba: asomada a una ventanita de lo más alto de una pagoda, nos saluda una turista. La devolvemos el saludo con un brindis de nuestras sanmiguel gigantes.

Por la tarde Rup nos lleva a Bungamati, aldea newari que se remonta al siglo XVI. Durante el trayecto hacia allí he podido ver como la población se afana en la cosecha, diseminada en grupos por los arrozales escalonados que componen el paisaje. [Me viene a la memoria la trilla en las eras del Carrión de los Condes de mi infancia]. Por la carretera nos cruzamos con grupos que ya vuelven de regreso a sus casas. Algunos llevan la recolección del día en un inmenso saco que cargan sobre la espalda encorvada sujeto tan sólo con una cuerda que se apoya más arriba de la frente.


Es un placer pasear por Bungamati, por sus estrechas calles a las que no tienen acceso los coches y donde aún no ha llegado el turismo. Las plazas exponen sus esteras de arroz al sol de la tarde y en algunos portales se puede ver trabajar a algunos artesanos del hierro y la madera, oficios en los que destacan los newaris, grupo de población abundante en la zona, con su propio idioma, sus ritos de iniciación… Paseando por Bungamati, visito el templo del patrón del valle, Rato Machlendranath y me cruzo con el tonto del pueblo, que también lo hay aquí.
A mi regreso a Katmandú, le pregunto otra vez a Rup qué le tengo que pagar por sus servicios (es taxista profesional y lleva todo el día pendiente de mí). Me dice que lo que quiera. Me incomoda la respuesta. Me surge la duda de pensar si es una especie de servilismo o si, en realidad, es un buscavidas que sabe aprovecharse de las circunstancias. Sin duda es más cómodo el taxímetro… pero estamos en Nepal!.

sábado, 29 de marzo de 2008

Día 6º.- 26.Oct.2007. Esperando el amanecer. Luna llena en Durbar Sq.

26.Oct.2007. Es aún de noche cuando suena la alarma del móvil, programada para las 5.45 de la mañana, media hora antes del amanecer. Abro lo ojos y miro por la ventana: la luna se ha ido y la oscuridad es total. Salgo a la pequeña terraza de mi habitación y planto en ella el trípode y la cámara de fotos enfocando hacia la negrura de la noche. De regreso en el interior del cuarto, vacío todas mis pertenencias sobre la cama y las organizo haciendo pequeños montoncitos: la ropa limpia, mis papeles, el neceser,… Todos los días hago este pequeño ritual que me ayuda a “organizarme”, mientras voy imaginando el transcurso del día: lo que voy a hacer y a necesitar, con sus posibles variantes… Una vez que tengo mis cosas “organizadas”, me siento mejor, más tranquilo y dispuesto a lo que sea.
[En Madrid, al final del día, montones de papeles y carpetas se disputan la superficie de mi mesa de trabajo en un precario e inestable orden. Si en esos momentos me visita alguien de confianza, le digo: ves la mesa? Pues así tengo la cabeza!].
Con calma y sosiego hago mis salutaciones al sol…astro que, por cierto, aún no ha hecho acto de presencia.

Ya son las 6.10 hrs. Salgo de nuevo a la terraza, en donde la oscuridad devora enseguida la tenue luz que sale de la bombilla de mi habitación. Aunque me he abrigado, siento frío, un frío que parece más intenso por la ausencia de luz. Cierro la boca, inspiro y el frío sube por el interior de mi nariz. Silencio. Sopla una ligera brisa, sin ruido, sin olor.. Miro hacia un horizonte que me invento, que no sé siquiera dónde está. (Por dentro, estoy ilusionado, nervioso, expectante.). El tiempo pasa… pero nada pasa. O sí. A lo lejos, algo se ilumina débilmente. Enfoco mis ojos -y mi cámara- hacia ese pequeño punto de referencia. Es el sol, un pequeño trozo de sol rojo-violeta que, al cabo de unos segundos, sin embargo, desaparece. Me ha dado tiempo a hacer un par de fotos. Paciencia. Me mantengo expectante. Pasan unos minutos y una franja de frío fuego aparece otra vez en la lejanía, aplastada entre nubes que parecen sólidas como rocas. No dura mucho. La herida del cielo se cierra y vuelve la oscuridad, quizá ahora un poco más clara. A partir de entonces y durante toda la mañana, para mi desesperación, las nubes van a ir ganando todas las batallas al sol y las montañas permanecerán ocultas sin comparecer a la cita, sin que pueda siquiera adivinarse su presencia. La niebla irá ocupando los rincones del aire, impidiendo ver apenas más allá de unos pocos metros. A media mañana escucharé las voces de unos niños por detrás de la neblina y también, por unos segundos, arriba en el aire, el ruido de una avioneta. Objetivo no cumplido. Mi gozo en un pozo. Una ocasión perdida.
[No sé si tiene que ver con el avance de la edad –de la mía, claro-, pero me resulta recurrente, lately, la sensación de “dejar pasar algunas oportunidades”, “no saber aprovechar el momento justo”… El convoy llega hasta mi lado y aminora tanto su velocidad que un solo paso me permitiría incorporarme a él. Sólo un paso, así de fácil. Pero son apenas unos segundos, porque enseguida acelera su marcha y vuelve a partir sin mí. A veces imagino el interior del vagón en el que no monté… Me consuelo pensando que quizá el viaje era a ninguna parte]. FFG

Al mediodía, asimilada la "derrota", cargo con mi mochila –y la ventanita de Bhaktapur, que no se me olvida- y camino hacia el cruce de la carretera en el que me dejó la “guagua” el día anterior.
[Si es verdad que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita, quizá resultaría cierto también que la felicidad es de aquél que sabe conformarse y adaptarse a los acontecimientos. Sin embargo creo que cada uno es libre de situar su umbral personal de conformismo en donde le parezca. Y yo, creo, que cuando se me mete una cosa entre ceja y ceja...]
Al llegar a la "parada", no veo ningún autobús, pero tengo la oportunidad de negociar con un nepalés el hecho de compartir un pequeño taxi hasta Katmandú. Allá vamos. Bueno, el nepalés se queda en un pueblo a mitad de camino y proseguimos viaje el taxista -que no sabe ni papa de inglés- y yo. En el camino observo que, de vez en cuando, hay una presencia de hombres uniformados en determinados puntos de la carretera. A medida que nos vamos acercando a Katmandú, la presencia de policías y soldados va aumentando. Sobre todo en los cruces, en los que se sitúan vehículos blindados y camiones del ejército. Ya está, deduzco: están a la espera de una ofensiva de la guerrilla maoísta. Me arrepiento de no haber hecho caso a la guía que previene del riesgo de los ataques de los insurgentes… y cada vez veo más uniformes al borde de la carretera. Con disimulo intento captar con la cámara el dispositivo militar, a través de las ventanillas del coche. En esas estoy cuando, de repente, se escucha un ruido ensordecedor de sirenas acercándose y una compacta caravana de coches todoterreno pasa por el medio de la carretera, en dirección contraria a la nuestra, a toda velocidad. Un rato después, mi taxi ha llegado a Katmandú y me deja en casa de Vijay. Allí me enteraría que el rey de Nepal viajaba esa tarde con su comitiva a cumplir con un ritual religioso a Bhaktapur. Al parecer el monarca no es una persona muy querida y confiada de su pueblo.

Armado con el trípode y mi cámara, por la noche recorro las inmediaciones de la plaza Durbar de Katmandú, llenas de gente que pasea, compra, vende, vive,… Tal aglomeración de gente debe tener que ver con que continúan las celebraciones de la fiesta de Dasaín. Los templos están iluminados y muy concurridos. En frente del palacio real hay una reprodución de Hanuman, el rey mono, siempre tapado. A la vuelta de una esquina, una imagen de Bhairab amenazante. Entre los tejados, descubro de nuevo la luna llena. Qué bella es!

sábado, 15 de marzo de 2008

Día 5º.- 25.Oct.2007 De Bhaktapur a Nagarkot

25.Oct.2007. En la guest house, un grupo de japoneses (esta gente llega a los confines del mundo!) se levanta tras desayunar en la larga mesa comunitaria a la que yo me incorporo. Al terminar mi desayuno “frutal” echo una ojeada al titular que encabeza el ejemplar del “Kathmandu Times” que los turistas han dejado sobre la mesa: “Diarrhea becomes epidemia”. Habrá que procurar una profilaxis de comidas calientes, agua embotellada… y tener suerte!
Comienzo el día con una visita al espectacular templo de Nyatapola, el más alto del Nepal. Sus escaleras están flaqueadas por los defensores del templo: los célebres guerreros rajputs Jayamel y Phattu, cada uno dotado con la fuerza de diez hombres. A medida que asciendo, me voy encontrando con nuevas parejas de guardianes que multiplican por diez, según la creencia popular, la fuerza de los anteriores: elefantes, después leones, después grifos y en lo más alto, las dos diosas protectoras de la misteriosa y tántrica Siddi Laksmi… a la que no logro ver pues su estatua se guarda en el cerrado interior, reservada su contemplación a los sacerdotes. Lo que sí se puede ver, girando la vista hacia abajo, es una preciosa plaza que se extiende, llena de vida, a los pies del templo.
El sol ilumina la plaza Durbar, en la que ahora no hay muchachos jugando con sus cometas como el día anterior. Sentado sobre una piedra recojo esquemáticamente en mi diario algunas de las cosas que he encontrado en mi paseo de esta mañana: templos en los que se hacían sacrificios rituales, una gran “ficus religiosa” -como la de la iluminación de Buda- junto al santuario de Ganesh (el simpático dios de la buena suerte con cabeza de elefante), artesanos exponiendo su cerámica junto al horno comunal, puestos de venta de carnes extendidas en la acera y olisqueadas por perros, una enorme pintada maoísta con su hoz y su martillo, pokharis –aljibes de todos los tamaños, hasta 74 hubo en su día-… y por todos lados mujeres aireando arroz sobre esteras de esparto. Una voz me distrae de mi escritura. Es la de un muchacho nepalés. Se llama Anil, habla inglés y se ofrece a servirme de guía. Le propongo un recorrido al margen del circuito turístico al uso. OK. Durante un par de horas caminamos por Bhaktapur y charlamos.

Anil me explica las características de los tres principales dioses, Brahma, Shiva y Vishnú, pero renuncio a aprenderme sus respectivas encarnaciones, manifestaciones, vehículos, diosas… los miles de nombres que componen el inmenso panteón hinduísta. Me resulta difícil imaginarme que alguna persona, no nacida en estas tierras, se pueda un día “convertir” a una religión tan compleja. A pesar de que mi guía se confiesa ateo, la religión ocupa, a mi juicio, el lugar más importante de la vida nepalí. Por doquier veo templos y en ellos, a todas horas, nepaleses de cualquier edad y condición realizando sus pequeños ritos y oraciones. Resulta gracioso que hayan de tocar una campana para “despertar” al dios de turno y que les haga caso. Es también habitual ver cuencos con arroz y flores junto a imágenes de dioses en pequeños rincones de las casas, improvisados locutorios para conectar con la divinidad. La religión es omnipresente. (el opio del pueblo de Marx, me recuerda Anil), aunque su práctica, al menos la que yo he visto, es muy intimista: individual o familiar; lejos de las concentraciones masivas de fieles arengados por enardecidos predicadores de otras conocidas religiones monoteístas. Por ello parece difícil pensar que, a pesar del caldo de cultivo que constituye la miseria de la mayor parte de la población, de estas creencias puedan surgir cruzadas o yihads. (Recuerdo también a Savater y su “Panfleto contra el Todo”). Parece existir una gran tolerancia entre religiones y unos difuminados límites entre la práctica del hinduísmo –mayoritario- y el budismo –minoritario- . Me entero que Sidharta nació en Nepal.

(En la oscuridad del templo de Narva Durga vuelvo el rostro y descubro sobre una piedra la decapitada cabeza de un búfalo, víctima de un sacrificio, que me mira con los ojos salidos de sus órbitas. En Inacho Bahal, dos jóvenes y sonrientes monjes nos sirven de guías y posan para nosotros junto a una gran estatua dorada de Buda. Junto al río Hanumante un sacerdote oficia un pequeño rito enfrente de un hombre vestido sólo con una tela de cintura para abajo y la cabeza rapada, salvo una minúscula coletilla. Un familiar suyo ha muerto hace poco y la tonsura impedirá que lo olvide durante un tiempo: al menos el que tarde en crecerle de nuevo el pelo.)

En nuestro paseo por la ciudad, Anil se ha cruzado con amigos y conocidos. Me ha sorprendido que, para saludarlos, adelantara presuroso su mano en busca de las de los otros, de una manera que se me antoja poco natural, forzadamente “occidental”. Y el saludo Namasté? -pregunto. Me cuenta que, entre los jóvenes, la costumbre actual es estrecharse las manos. Me viene a la cabeza cómo el saludo está cambiando también entre la juventud occidental: give me five y tal... También me cuenta que él, y la mayoría de la juventud, está deseando largase del país e ir a vivir a otro más desarrollado. Algunos amigos suyos ya se han ido a probar suerte a India, Rusia,… Me pregunta si yo podría conseguirle trabajo en España. Eso sería la mejor propina que yo le podría dar, me dice al terminar nuestro paseo, al tiempo que me facilita su dirección de email.

Por la tarde el hermano de Krishna me acompaña a la “estación de autobuses”. Por el camino oigo a mi espalda: Eh, amigo, amigo. Me vuelvo y, asomado a la puerta de su comercio, sonríe el rostro del dependiente de la tienda de artesanía, el que estudiaba español. En el viaje a Nagarkot tendré que cargar, además de con mi mochila, con una incómoda bolsa de basura negra que lleva en su interior una reproducción en madera de una ventana de Bhaktapur... que no cabe en la mochila.

- You ought to get in this bus… You can also wait one hour and get in that other one.
- But the other one is nearly as crowded yet.
Finalmente me subo al autobús (¿?) que va a salir de forma inmediata hacia Nagarkot. A duras penas consigo entrar y abrirme paso entre la gente que abarrota esta especie de “camioneta con asientos”, hasta llegar cerca del chófer. Éste me indica un pequeño espacio sobre la caliente tapa del motor interior, junto a la palanca del cambio, en donde cabe, apretado, mi culo. Peor se ha de ir de pie, me consuelo. Y peor aún, aunque habituado, debe ir el cobrador cuya cabeza veo a través de una ventanilla, por fuera del autobús. Ignoro cómo irán los que van “acomodados” entre los bultos que se agolpan en la baca exterior, sobre el techo del autobús (…se tendrán que agachar si pasamos bajo los árboles… veré salir despedido a uno agarrado a su maleta en una curva cerrada?... los puentes por el centro, por favor…) Por un momento pienso que no voy a poder resistir mucho tiempo, que me va a dar un ataque de ansiedad, aplastado entre la gente, mi mochila y la “ventanita de Bhaktapur” que en los baches se me clava en la cara mientras trato de eludir el puño del conductor cada vez que cambia de marcha. Respiro hondo, intento relajarme y miro a mi alrededor: un padre con su hijo, una anciana con un sari rojo, una muchacha jovencita de bellos ojos y peinado recogido, una mujer dando el pecho a su bebé, el rostro del cobrador enmarcado en la ventanilla como si fuera un presentador de TV. También ellos me miran. Soy el único occidental en el autobús. A mi cara de angustia, me responden sonriendo, cercanos, amigables. Intento esbozar una sonrisa de circunstancias y me la devuelven sonriendo aún más. Se me ocurre que si supieran inglés o algún otro idioma “vehicular”, se pondrían sin duda a hablar conmigo de inmediato, a preguntarme de dónde soy, qué hago aquí sólo, a darme ánimos… Como en un trastorno bipolar, el péndulo viaja al otro extremo y me relajo… pienso que estoy entre gente maravillosa y, en un ataque de euforia, noto que se me ríen hasta los huesos y me pregunto si habrá en el mundo alguien más feliz que yo en estos momentos. Botín, desde luego que no.

Me despido por señas de mis compañeros de viaje. Después de una hora de trayecto por una estrecha y mal asfaltada carretera que ha ido ascendiendo la ladera del valle, inclinándonos en cada curva que se abría paso entre árboles y una feraz vegetación a medida que el conductor daba vueltas y vueltas al gran volante, hemos llegado a un cruce. De él parte un camino que he de recorrer andado, ahora yo sólo, con mi mochila a la espalda…y la “ventanita” de los….

Al caer la tarde he llegado al hostal “Chantauri Keyman”. Se ha hecho de noche y hay algo de niebla. No he podido ver el atardecer. No importa. Será mañana cuando podré ver el espectacular amanecer de Nagarkot en el que el sol se despereza en el horizonte, por detrás de la cordillera, tiñendo de luces y colores, poco a poco, las nieves del Himalaya. Primero un resplandor oscuro, luego los granates y violetas, los rojos, los amarillos, por fin la luz blanca poderosa del astro rey que irisará el paisaje, obrando el milagro diario de iluminar la vida en uno de los lugares más bellos de la tierra. Ceno y pongo al día mi diario. Me acompaña una hermosa luna llena.