
[En Madrid, al final del día, montones de papeles y carpetas se disputan la superficie de mi mesa de trabajo en un precario e inestable orden. Si en esos momentos me visita alguien de confianza, le digo: ves la mesa? Pues así tengo la cabeza!].
Con calma y sosiego hago mis salutaciones al sol…astro que, por cierto, aún no ha hecho acto de presencia.
Ya son las 6.10 hrs. Salgo de nuevo a la terraza, en donde la oscuridad devora enseguida la tenue luz que sale de la bombilla de mi habitación. Aunque me he abrigado, siento frío, un frío que parece más intenso por la ausencia de luz. Cierro la boca, inspiro y el frío sube por el interior de mi nariz. Silencio. Sopla una ligera brisa, sin ruido, sin olor.. Miro hacia un horizonte que me invento, que no sé siquiera dónde está. (Por dentro, estoy ilusionado, nervioso, expectante.). El tiempo pasa… pero nada pasa. O sí. A lo lejos, algo se ilumina débilmente. Enfoco mis ojos -y mi cámara- hacia ese pequeño punto de referencia.

[No sé si tiene que ver con el avance de la edad –de la mía, claro-, pero me resulta recurrente, lately, la sensación de “dejar pasar algunas oportunidades”, “no saber aprovechar el momento justo”… El convoy llega hasta mi lado y aminora tanto su velocidad que un solo paso me permitiría incorporarme a él. Sólo un paso, así de fácil. Pero son apenas unos segundos, porque enseguida acelera su marcha y vuelve a partir sin mí. A veces imagino el interior del vagón en el que no monté… Me consuelo pensando que quizá el viaje era a ninguna parte]. FFG
Al mediodía, asimilada la "derrota", cargo con mi mochila –y la ventanita de Bhaktapur, que no se me olvida- y camino hacia el cruce de la carretera en el que me dejó la “guagua” el día anterior.
[Si es verdad que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita, quizá resultaría cierto también que la felicidad es de aquél que sabe conformarse y adaptarse a los acontecimientos. Sin embargo creo que cada uno es libre de situar su umbral personal de conformismo en donde le parezca. Y yo, creo, que cuando se me mete una cosa entre ceja y ceja...]
Al llegar a la "parada", no veo ningún autobús, pero tengo la oportunidad de negociar con un nepalés el hecho de compartir un pequeño taxi hasta Katmandú. Allá vamos. Bueno, el nepalés se queda en un pueblo a mitad de camino y proseguimos viaje el taxista -que no sabe ni papa de inglés- y yo. En el camino observo que, de vez en cuando, hay una presencia de hombres uniformados en determinados puntos de la carretera. A medida que nos vamos acercando a Katmandú, la presencia de policías y soldados va aumentando. Sobre todo en los cruces, en los que se sitúan vehículos blindados y camiones del ejército. Ya está, deduzco: están a la espera de una ofensiva de la guerrilla maoísta. Me arrepiento de no haber hecho caso a la guía que previene del riesgo de los ataques de los insurgentes… y cada vez veo más uniformes al borde de la carretera.

