sábado, 29 de marzo de 2008

Día 6º.- 26.Oct.2007. Esperando el amanecer. Luna llena en Durbar Sq.

26.Oct.2007. Es aún de noche cuando suena la alarma del móvil, programada para las 5.45 de la mañana, media hora antes del amanecer. Abro lo ojos y miro por la ventana: la luna se ha ido y la oscuridad es total. Salgo a la pequeña terraza de mi habitación y planto en ella el trípode y la cámara de fotos enfocando hacia la negrura de la noche. De regreso en el interior del cuarto, vacío todas mis pertenencias sobre la cama y las organizo haciendo pequeños montoncitos: la ropa limpia, mis papeles, el neceser,… Todos los días hago este pequeño ritual que me ayuda a “organizarme”, mientras voy imaginando el transcurso del día: lo que voy a hacer y a necesitar, con sus posibles variantes… Una vez que tengo mis cosas “organizadas”, me siento mejor, más tranquilo y dispuesto a lo que sea.
[En Madrid, al final del día, montones de papeles y carpetas se disputan la superficie de mi mesa de trabajo en un precario e inestable orden. Si en esos momentos me visita alguien de confianza, le digo: ves la mesa? Pues así tengo la cabeza!].
Con calma y sosiego hago mis salutaciones al sol…astro que, por cierto, aún no ha hecho acto de presencia.

Ya son las 6.10 hrs. Salgo de nuevo a la terraza, en donde la oscuridad devora enseguida la tenue luz que sale de la bombilla de mi habitación. Aunque me he abrigado, siento frío, un frío que parece más intenso por la ausencia de luz. Cierro la boca, inspiro y el frío sube por el interior de mi nariz. Silencio. Sopla una ligera brisa, sin ruido, sin olor.. Miro hacia un horizonte que me invento, que no sé siquiera dónde está. (Por dentro, estoy ilusionado, nervioso, expectante.). El tiempo pasa… pero nada pasa. O sí. A lo lejos, algo se ilumina débilmente. Enfoco mis ojos -y mi cámara- hacia ese pequeño punto de referencia. Es el sol, un pequeño trozo de sol rojo-violeta que, al cabo de unos segundos, sin embargo, desaparece. Me ha dado tiempo a hacer un par de fotos. Paciencia. Me mantengo expectante. Pasan unos minutos y una franja de frío fuego aparece otra vez en la lejanía, aplastada entre nubes que parecen sólidas como rocas. No dura mucho. La herida del cielo se cierra y vuelve la oscuridad, quizá ahora un poco más clara. A partir de entonces y durante toda la mañana, para mi desesperación, las nubes van a ir ganando todas las batallas al sol y las montañas permanecerán ocultas sin comparecer a la cita, sin que pueda siquiera adivinarse su presencia. La niebla irá ocupando los rincones del aire, impidiendo ver apenas más allá de unos pocos metros. A media mañana escucharé las voces de unos niños por detrás de la neblina y también, por unos segundos, arriba en el aire, el ruido de una avioneta. Objetivo no cumplido. Mi gozo en un pozo. Una ocasión perdida.
[No sé si tiene que ver con el avance de la edad –de la mía, claro-, pero me resulta recurrente, lately, la sensación de “dejar pasar algunas oportunidades”, “no saber aprovechar el momento justo”… El convoy llega hasta mi lado y aminora tanto su velocidad que un solo paso me permitiría incorporarme a él. Sólo un paso, así de fácil. Pero son apenas unos segundos, porque enseguida acelera su marcha y vuelve a partir sin mí. A veces imagino el interior del vagón en el que no monté… Me consuelo pensando que quizá el viaje era a ninguna parte]. FFG

Al mediodía, asimilada la "derrota", cargo con mi mochila –y la ventanita de Bhaktapur, que no se me olvida- y camino hacia el cruce de la carretera en el que me dejó la “guagua” el día anterior.
[Si es verdad que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita, quizá resultaría cierto también que la felicidad es de aquél que sabe conformarse y adaptarse a los acontecimientos. Sin embargo creo que cada uno es libre de situar su umbral personal de conformismo en donde le parezca. Y yo, creo, que cuando se me mete una cosa entre ceja y ceja...]
Al llegar a la "parada", no veo ningún autobús, pero tengo la oportunidad de negociar con un nepalés el hecho de compartir un pequeño taxi hasta Katmandú. Allá vamos. Bueno, el nepalés se queda en un pueblo a mitad de camino y proseguimos viaje el taxista -que no sabe ni papa de inglés- y yo. En el camino observo que, de vez en cuando, hay una presencia de hombres uniformados en determinados puntos de la carretera. A medida que nos vamos acercando a Katmandú, la presencia de policías y soldados va aumentando. Sobre todo en los cruces, en los que se sitúan vehículos blindados y camiones del ejército. Ya está, deduzco: están a la espera de una ofensiva de la guerrilla maoísta. Me arrepiento de no haber hecho caso a la guía que previene del riesgo de los ataques de los insurgentes… y cada vez veo más uniformes al borde de la carretera. Con disimulo intento captar con la cámara el dispositivo militar, a través de las ventanillas del coche. En esas estoy cuando, de repente, se escucha un ruido ensordecedor de sirenas acercándose y una compacta caravana de coches todoterreno pasa por el medio de la carretera, en dirección contraria a la nuestra, a toda velocidad. Un rato después, mi taxi ha llegado a Katmandú y me deja en casa de Vijay. Allí me enteraría que el rey de Nepal viajaba esa tarde con su comitiva a cumplir con un ritual religioso a Bhaktapur. Al parecer el monarca no es una persona muy querida y confiada de su pueblo.

Armado con el trípode y mi cámara, por la noche recorro las inmediaciones de la plaza Durbar de Katmandú, llenas de gente que pasea, compra, vende, vive,… Tal aglomeración de gente debe tener que ver con que continúan las celebraciones de la fiesta de Dasaín. Los templos están iluminados y muy concurridos. En frente del palacio real hay una reprodución de Hanuman, el rey mono, siempre tapado. A la vuelta de una esquina, una imagen de Bhairab amenazante. Entre los tejados, descubro de nuevo la luna llena. Qué bella es!