lunes, 31 de marzo de 2008

Día 10º.- 30.Oct.2007. Una bufanda blanca

* Este blog comenzó al tiempo de mi viaje a Nepal, cuyo relato se inicia en el primer post -"Día 0" en "entradas antigüas"- y finaliza en éste -"Día 10º"-.

30.Oct.2007. (En mi cuaderno de tapas rojas no hay nada escrito desde hace dos días. Meses después, cuando escribo este blog, cierro los ojos e intento recordar mi último día en Nepal. La memoria me va trayendo retazos de imágenes que me apresuro a reflejar en mi cuaderno y así, a posteriori y de forma tramposa, surge el guión que seguiré para contar lo vivido, poniendo punto final a esta crónica viajera.)
Me he despertado en Elbrus Home. Duchita y rutina diaria (a estas alturas, ya sabes en qué consiste). Salgo a la terraza en donde tengo preparado el desayuno. Liquido la cuenta de la pensión y Ale, con una hermosa sonrisa, me pone una bufanda de seda blanca alrededor del cuello. Me pilla desprevenido. Lo había olvidado: se trata de la entrañable y solemne despedida del budismo tibetano. Gracias, Ale. Rehago el equipaje para guardar la bufanda que conservaré como un sencillo pero bellísimo recuerdo. (Un buen tipo, Ale. Siempre sonriente. Espero que salga adelante. Como tantos aquí, tiene toda una historia de supervivencia detrás…)

Vamos en taxi hacia el aeropuerto. Antes de llegar, Pedro le dice al conductor que se detenga a la altura del centro de “Maiti Nepal” que está cerca de Patsupathi. El se quedará allí. Es el final de nuestro periplo juntos. (O el principio de una renovada bella amistad Bogie-Louis). Se me ocurre pensar que estos días han dejado un poso común que nos acompañará toda la vida. Me siento profundamente agradecido a Pedro. Salimos del coche para despedirnos. Me rodea el cuello con una bufanda blanca y nos damos un abrazo fuerte de despedida. Que nos vaya bien!

(El abrazo: abrir anchos los brazos que, en seguida, encuentran su imagen inversa reflejada en el otro...acercarse, entregarse...y después cerrarlos fuerte hasta sentir que los corazones se tocan, se funden intercambiándose su calor y sus cosas. Durante unos instantes las almas no alcanzan a distinguir qué piel es la de cada cual. Recuerdo el verso del tango que siempre me ha emocionado..”buscando un pecho fraterno, para morir abrazao” -abrasao, entendía yo, que tampoco está mal- .
Hay que abrazarse más. "Abrazoterapia" lo llama mi amigo Juanjo que siempre procura que no le falte su dosis diaria. Yo también conozco sus efectos terapéuticos.)


Ya en el aeropuerto me gasto las últimas rupias en un bocata y me doy cuenta que no he reservado unas pocas para conectarme a Internet en el cybercafé de la sala de embarque. Es una clara falta de previsión, pues me toca esperar varias horas y ya terminé mis relecturas de Sidharta y Demian (Herman Hesse, qué antiguo soy!). Tampoco tengo mi guía Lonely Planet. A pesar que ayer estuve todo el día llamando por teléfono a Purna, su móvil estaba apagado o fuera de cobertura. Espontáneamente me surge un sentimiento de rabia... me fastidia el hecho de que Purna falte a su compromiso de devolvérmela, después de que se la prestara en plan favor. A veces ocurre. Es la decepción. Confiar en alguien y comprobar que traiciona tu confianza. Pero, bueno, hay que hacer un esfuerzo y no dejarse llevar por los malos rollos que genera. Enseguida tendemos a pensar que no merece la pena confiar en la gente, que al final todo el mundo va a lo suyo... No. No dejaré que los pensamientos negativos me lleven al bucle de la desilusión y el excepticismo. (Hay que pensar en positivo, como Tío Jesús -mi pariente más optimista... y más longevo!-). Quizá Purna haya tenido algún problema inesperado. Pasé unos buenos días con él y esos serán los recuerdos que decido conservar.

Vuelo en el avión a Qatar junto a un tipo asiático (coreano?) gordo, raro y que no habla (quizá esto sea lo mejor). Ya es de noche cuando aterrizamos. En las horas de espera antes de mi vuelo a Madrid, me entretengo caminando por la terminal. Además de ver tiendas y restaurantes, visito la mezquita en donde hay gente rezando permanentemente. Entra en ella un tipo con pinta de talibán y yo me piro por si las flies. Me acerco entonces a la guardería, por cierto multiétnica y “high standing”(Todo es luxury en el aeropuerto de Doha: aire acondicionado hasta la escalerilla del avión, los coches "follow me" son BMWs serie 7,... ) En el sofisticado kindergarten, niños y madres, con indumentarias y aspectos exóticos y variopintos, reproducen, sin embargo, patrones conocidísimos: “baja ya del tobogán que papá está esperando” “ven que te limpie los mocos”…
Voy al bar. El perrito caliente es de pollo y el agua de cebada asquerosa. No aprende uno.

Cuando llaman al embarque para el vuelo a Madrid yo aún sigo con mi bufanda blanca al cuello. Seguiré con ella hasta Madrid y la colgaré en la pared de mi despacho. En el avión viajan muchos españoles que regresan de Tailandia, Vietnam, India,…Doha es para ellos, como para mí, el umbral del regreso. Tengo suerte y me toca un asiento junto a la salida de emergencia. Puedo estirar las piernas. En el avión me dan un kit de vuelo nocturno: mantita, zapatillas, tapones para los oídos,…Despegamos hacia Madrid. Serán varias horas de vuelo y llegaré a la mañana del día siguiente.
Parece que fue ayer cuando empezaba mi viaje. Ha sido el tiempo de un suspiro suspendido en el propio tiempo. Y, en ese suspiro, la vida ha fluído a raudales, intensa y rápida, recorriendo también los rincones del corazón y dejando la huella -o la dentellada- de su paso. En el viaje crees-deseas huir y, en realidad, lo que haces es dar un gran rodeo hacia el punto de partida. Y es que cuando vamos, ya estamos de vuelta. Viajar: entre la huída y el regreso. Vuelve Gardel a cantar: ... "aunque no quise el regreso, siempre se vuelve...."¿siempre se vuelve? Volver: regresar de una huída imposible con la duda (la esperanza?) de saber si el que vuelve es el mismo que se fue. "Pero el viajero que huye, tarde o temprano, detiene su andar. Y aunque el olvido que todo destruye haya matado mi vieja ilusión, guardo escondida una esperanza humilde, que es toda la fortuna de mi corazón".
José Hierro también acude a la memoria: "Alegría es sentir el alma nuestra y viva. Y es cuando más la sentimos cuando la llevamos herida". Esa noche, por encima de las nubes y por debajo de las estrellas, un alma feliz, aunque algo triste, regresa de un sueño cumplido... con la urgencia de comenzar a soñar de nuevo!.




Día 9º.- 29.Oct.2007. Souvenirs, souvenirs

29.Oct.2008. Katmandú. En estos mismos instantes en los que escribo -ya sin diario que me sirva de guía- intento recordar el día anterior a mi regreso… Despertar tranquilo, salutaciones al sol, orden de equipaje... Me he tomado el día libre y no he quedado con nadie. Salgo a la calle. Soy consciente que es mi último día en Katmandú y me da un poco de yuyu (en realidad, un mucho de yuyu!). Aprovecho la primera hora del día para ir a la oficina de la compañía aérea y confirmar mi vuelo de vuelta. Coincido con unos empleados de Telefónica que llevan en el país casi un mes y han visitado los parques nacionales de Nepal con sus elefantes, tigres, rinocerontes,… (no está mal como viaje de incentivo). Veo pasar a los niños nepaleses con sus uniformes camino del cole. En un patio de colegio los chicos juegan al fútbol. Al borde del campo las chicas hablan entre ellas formando corrillo.

En estos días todo ha sucedido muy rápido y, en mi situación de “sólo ante el peligro”, mi cabeza se ha dedicado prioritariamente a organizar mi tiempo y resolver más o menos adecuadamente los retos que iban surgiendo sobre la marcha. Bueno, también han habido momentos de reflexión y momentos para el recuerdo. (La memoria, esa despensa de imágenes que aprovechan cualquier pretexto, cualquier resquicio, para colarse dentro de uno con su equipaje de sensaciones que a veces creíamos olvidadas. Y no sólo de imágenes: en esa despensa hay también olores, sonidos, sabores, tactos... ). Caminando por las calles de Thamel, me he acordado de quienes espero encontrar a la vuelta. (probablemente también me acordé de ti, que me estás leyendo!). Así que, en la víspera de dejar Nepal, me aplico en la labor de hallar "mensajes cifrados" escondidos en objetos, en cosas que llevaré a quienes andan zascandileando entre mis pensamientos. A cada uno, su “Rdo. de Katmandú”. La memoria ha acortado, súbitamente, la distancia entre Nepal y Madrid y la ciudad se ha asomado abriéndose paso en mi cabeza en la que las personas queridas se pasean con descaro mientras yo intento pensar en cosas que me gustaría que les gustaran, que usaran, que guardaran.... En mi deambular también voy descubriendo objetos que parecen gritarme el nombre de su proximo dueño. Lo paso bien y sin embargo pienso que, paradójicamente, a mí me pone un poco nervioso que me hagan regalos -por mi cumpleaños, por ejemplo-, como obligado compromiso... Me azoro imaginándome sin saber qué decir o qué cara poner cuando abra el paquete con la camisa horrorosa, la colonia que no usaré o el libro que ya he leído. No sé si debería hacer el esfuerzo de considerar que los demás lo hacen con la misma buena intención que la mía...o ser más asertivo... o deprimirme pensando; cómo me han podido relacionar con algo tan poco...indicado?

Durante la mañana recorro las calles. Entro en un establecimiento de “comercio justo”, visito una tienda de tibetanos que venden ropa de lana de yak, también el delicioso “Aroma Garden” con su excelente “bálsamo de tigre” y fragantes esencias del Himalaya, una especie de chiringuito en el que compro banderolas budistas de oración, otro con las obligadas t-shirts serigrafiadas o bordadas, una tienda de música, una joyería, una librería.... en una encuentro una preciosa postal alargada, ¡con una vista del amanecer en Nagarkot! Compro tres. Las enmarcaré en Madrid. Me quedaré con una y ya tengo pensados los otros destinatarios.
En fin, que me paso la mañana pateando Thamel y gastándome las penúltimas rupias.

Ya por la tarde, me reúno con Pedro, que ha regresado de Gokharna para compartir conmigo mi última noche nepalí. Vijay nos ofrece una cervecita en su casa y nos hacemos unas fotos con su familia delante de su "Nepa Cold Store" de Golkhopakha . Después nos vamos a cenar a un restaurante cerca de la "Kathmandu Guest House". Aunque es una cena frugal, hoy es un día especial y pido vino: muy caro y no muy bueno. Hablamos y hablamos. En nuestra conversación sale el tema de mi regreso. No me gustan las despedidas, dice Pedro, intento evitarlas pues me ponen triste. (En todo caso siempre estaré en contacto con él a través de su estupendo blog: http://www.nepalsunrises.blogspot.com/ )

Paseo nocturno por el bullicioso Thamel, pillo un pañuelo de pashmina y me voy a descansar a Elbrus Home. Mañana será un día muy largo. En la cama, con la luz apagada, repaso los “souvenirs” y me duermo tranquilo, entre la memoria, la realidad y los sueños.

Día 8º.- 28.Oct.2007. Kirtipur-Chobbar- Patan

28.Oct.2007. Hoy somos 4 en el pequeño taxi de Rup, pues Purna ha venido con su hijo de 10 años. (Three is a crowd; four.. ya lo contaré después). Salimos de Katmandú hacia el sur. El tráfico en la ciudad y para salir de ella es absoluta y maravillosamente caótico. La calle es un mar de vehículos que se desplazan lentamente, con dificultad, haciendo sonar su claxon con cualquier pretexto: para saludar, para anunciar una de maniobra, para llamar la atención…da igual. Hay un atasco permanente y no es fácil adivinar la dirección que llevan los coches, que se cruzan en un "totum revolutum", como abriéndose paso a codazos. Observo que las motos llevan instaladas unas gruesas barras metálicas a la altura de las rodillas, seguramente para evitar los golpes que deben ser frecuentes.. y también para colgar de ellas las bolsas de la compra!. (Días atrás me ofrecieron una moto para mis desplazamientos y no me atreví a aceptar, a pesar de que se trata de mi medio de transporte urbano diario en Madrid). En las calles de Katmandú, verdaderamente “se hace camino al andar”.

Hemos llegado a Kirtipur. Rup me dice que se queda a mis órdenes. No puedo aceptarlo, así que le digo que siga con su curro de taxista y que le llamaré cuando realmente lo necesite. Pone cara de mosqueado, le pregunto el porqué y no me contesta. Le pago –bien- y comienzo mi visita a Kirtipur, ciudad ubicada entre dos colinas que fue sitiada en el siglo XVI y a cuyos habitantes newaris, al ser finalmente derrotados, se les cortó nariz y orejas, salvo a quienes acreditaron saber tocar instrumentos de viento (el caprichito del unificador rey de Gorkha, Prithvi Narayan Shah). En el templo de Bhairab cuelgan aún las armas de los sitiados.
Visitamos después un hermosísimo templo y un soleado bihar budista en el que se reproducen escenas de la vida de Sidharta. Es un lugar encantador, lleno de paz.

Hace millones de años, Vishnú descargó su espada contra la montaña y, por esa herida se vació de agua el gran lago que ocupaba el valle de Katmandú. Se trata de la garganta de Chobbar hacia la que nos dirigimos en una hermosa caminata por el monte. A la orilla del camino hay árboles en los que reconozco la popular “flor de navidad” en su versión gigante. Pasamos junto a varios “chambaos” en los que familias enteras pican piedras con martillos y mazas hasta convertirlas en grava. Es para la construcción, me dice Purna. No muy lejos se divisa un lago en el que se bañan, alegres, jóvenes nepaleses.

Un puente colgante de cuerda une las dos orillas del desfiladero de Chobbar bajo el que corre y brinca, entre peñascos, el sagrado río Bagmati. Nos hacemos fotos en el puente junto a las banderolas de oración. Es un bello día. De regreso a Kirtipur, nos cruzamos con una joven y guapa mujer que camina sola -alta y delgada- envuelta en un sari y con la tika en la frente. Nos sonríe y pregunta por el camino a Bungamati (que está bastante lejos, por cierto). Purna la indica en inglés. Una vez que reanudamos nuestro camino, mi compañero me pregunta, malicioso, por qué no he dicho nada, pues le ha parecido que la chica era española. A mí también. I’m too lazy to share anyothers’ problems, le digo.

El último trayecto hasta Patan (Lalitpur, ciudad de la belleza), la tercera ciudad real del valle, lo hemos hecho en un taxi que nos deja en la plaza Durbar. La concentración de templos es espectacular y refleja la época de mayor esplendor en la historia de la ciudad, durante los reinos de la dinastía “Malla”. Subimos hasta la terraza del “Café du Temple” en la que la vista sobre la plaza es realmente fantástica. Purna me explica desde allí los tres tipos básicos de templos (la “stupa” o tsortseng budista, la “sikkhara” de piedra y origen indio y las “pagodas” de ladrillo y madera cuya forma de construcción se exportó a China y Japón). También me cuenta cómo las estatuas de los “garudas” –mitad hombre, mitad ave- siempre señalan hacia los templos que se dedican a Vishnú y la curiosa leyenda sobre el rey Yoganarendra, cuya alta estatua enfrente del palacio real está sometida a la vigilancia de un pájaro que aún espera su regreso,…Disfrutamos de la vista y nos tomamos una refrescante cerveza al sol. (Pujan, el hijo de Purna, se forra a cocacolas y a la tercera o cuarta el pobre echa la pela). Purna insiste en practicar conmigo el castellano que está aprendiendo. Una chica parece que nos ha escuchado, se acerca a la mesa y me pregunta: ché vos sos argentino también?.

Paseamos por Patan: el Palacio Real, el Templo Dorado, los chowks, los pokharis,.. En las calles se ven talleres y escaparates con innumerables –algunas inmensas- figuras de dioses y diosas hechas en metal (bronce, cobre, latón,..) En Patan hay una gran tradición de esta artesanía. Está cayendo la tarde cuando emprendemos el camino de regreso hacia Katmandú. Me fijo que en una cuneta crece un arbusto de marihuana. Finalmente pillamos un taxi y junto con otros coches, motos, autobuses, bicicletas,… pasamos a formar parte del caos del atasco, ahora nocturno. Tardamos un montón en llegar a casa de Vijay en donde dormiré hoy. Me despido de Purna y le doy las gracias y una pelas. Me promete que al día siguiente me devolverá la lonely planet que me ha pedido para fotocopiar algunas páginas (en castellano).
Salgo de paseo nocturno por el barrio de Thamel-la-nuit, en donde el tráfico está restringido. Como en noches anteriores llego a una calle en cuyo fondo hay un gran anuncio de Carlsberg que, a mí me sugiere la puerta de entrada a la movida nocturna de la ciudad. Todo está abierto: hoteles, restaurantes, tiendas, librerías, cybercafés, .. Por las calles circulan los rickshaws llevando turistas y pululan los vendedores ambulantes (Tiger balsam, sir?). Al doblar una esquina escucho “Message in a bottle”, interpretado en vivo. Hay grupos de música poprock que amenizan cenas o terrazas de copas. (Según me contaron, aunque yo no lo ví, por esta zona hay movidilla de droga y prostitución –masculina y femenina- para turistas ricos y viciosos).
Entro en la librería Pilgrin’s y me doy un paseo por el interior. Me encanta curiosear sus libros, mapas, objetos de escritorio,…Subo al primer piso y, al bajar, descubro un hermoso patio con mesas y plantas iluminado por velas… en donde se puede cenar! Me siento y aprovecho para poner al día mi diario. Cuando viene el camarero descubro que toda la comida que ofrecen es vegetariana. No importa. Se está en la gloria. Mientras escribo estas líneas, me doy cuenta que esa noche fue la última vez que escribí en mi cuaderno rojo y que el día siguiente fue el último en que hice fotos.

domingo, 30 de marzo de 2008

Día 7º.- 27.Oct.2007. La nubes de Nepal

27.Oct.2007. Son las 4.40 de a madrugada y aún es de noche cuando el pequeño Suzuki-Maruti acude puntual a la cita concertada. Hi, good morning, Rup. Después de media hora de trayecto, estoy a las puertas de un pequeño edificio escasamente iluminado. Bye, Thank you, Rup. Aún tardará en amanecer. Comienzan a llegar al lugar algunos vehículos -furgonetas y minibuses- de los que, entre sombras, se apea gente y descargan bultos y equipajes. En poco tiempo se ha organizado un considerable tráfico de personas que parecen conocer perfectamente los protocolos de un tránsito que yo ignoro por completo. Después de las oportunas preguntas e indicaciones me encuentro sentado en un asiento corrido de la pequeña terminal de vuelos domésticos del aeropuerto de Katmandú. Ahora entiendo. Los que vienen con equipajes son nepaleses o grupos de montañeros que van de trekking. Pequeños aviones de hélice de compañías nacionales les llevarán a Pokhara, Kakharbitta, Lukla… No es mi caso. Un hombre de unos 40 años se sienta a mi lado. Me pregunta en inglés y le confirmo que, efectivamente, yo también voy al “Mountain Flight”. Después de mi frustrada experiencia de Nagarkot, he decidido no perder la oportunidad de contemplar el esplendor del Himalaya, aunque sea desde el aire. (Voy al encuentro del ruido de avioneta que escuché ayer... si la montaña no viene a Mahoma…) Enseguida reconozco la procedencia de mi vecino de asiento y continuamos la conversación en castellano. Federico es de Toledo y no tardo en darme cuenta que es un verdadero “chubasca”. Aunque le he dicho que no soy montañero, él no encuentra razón para librarme del relato de los trekkings que viene haciendo desde hace años. En su narración, intercala comentarios sobre la mala calidad de la línea aérea que nos va a llevar hoy y que, si se retrasan, nos vamos a perder el amanecer. Es lo cierto que somos los últimos en embarcar.

Los dos motores del pequeño avión al que hemos subido una docena larga de intrépidos pasajeros van aumentando el estruendo a medida que calientan y suben sus rpm. Me ha tocado un asiento junto a la hélice. Federico, enfrente, me advierte que no vamos a ver nada pues las ventanillas están empañadas por fuera. No sé si decirle al piloto que me deje un trapo y las seco yo –dice …pero no hace-. Afuera hay una niebla considerable. (No puede ser, me digo: en este viaje me persiguen las nubes!… y eso que estamos en la estación seca!). Dado mi miedo a los aviones –y más a los pequeños… (recuerdo a mi querido Julio)- murmuro un “alea jacta est” y me abandono al destino con entrega total. Con un zumbido acelerado pero con gran suavidad, despegamos. Por debajo de la ventanilla -ya desempañada-, los tejados de Katmandú aparecen y desaparecen entre retazos de nubes grises... Y de pronto, en un instante, se produce el milagro, la visión: un magnífico sol ilumina la cordillera del Himalaya. Por encima, un azul potente, esplendoroso. A los pies de las montañas, como una alfombra, un compacto mar de nubes que impide ver el suelo. Me sale del alma: ¡estoy en el cielo!. Me relajo y disfruto del espectáculo. Escucho la voz de una hermosa muchacha, con delantal tibetano, que hace las veces de azafata y que desde el pasillo va recitando los nombres de las cumbres que van apareciendo en el cercano horizonte, al otro lado del ojo de buey.
Quien quiera puede visitar la cabina. Allá voy. Enfrente, enfrente, me señala el copiloto: Ahí está. The top of the world: El Everest!.

Lo del aterrizaje de este trasto no lo tengo yo nada claro dice Federico cuando vamos a tomar tierra, después de una hora exacta de vuelo. Afortunadamente el aterrizaje es perfecto.

Rup me está esperando con su pequeño taxi. Vamos a buscar a Purna, que me acompañará los próximos dos días. Hacemos una parada en Patsupathinat, que nos pilla de paso. Doy un nuevo paseo por este lugar que me fascina. En su parte alta descubro unas largas hileras de lingams y yonis de piedra y también una interesante vista de Katmandú en la que se divisa, a lo lejos, la stupa de Bhodanat. No quiero dejar pasar esta segunda ocasión: le doy unas rupias a unos santones y obtengo el permiso para fotografiarlos a gusto.

Más tarde en Katmandú, recorro con Purna sus mercados callejeros y con él descubro una nueva y diurna Plaza Durbar. Es ya mediodía cuando picamos algo en el ático de un edificio cercano al antiguo Palacio Real. Miro hacia abajo: una hermosa visión de “Freak Street”, soleada placita-paraíso de los hippies de los 60-70, hoy convertida en una explanada con puestos callejeros en los que venden souvenirs. Miro hacia arriba: asomada a una ventanita de lo más alto de una pagoda, nos saluda una turista. La devolvemos el saludo con un brindis de nuestras sanmiguel gigantes.

Por la tarde Rup nos lleva a Bungamati, aldea newari que se remonta al siglo XVI. Durante el trayecto hacia allí he podido ver como la población se afana en la cosecha, diseminada en grupos por los arrozales escalonados que componen el paisaje. [Me viene a la memoria la trilla en las eras del Carrión de los Condes de mi infancia]. Por la carretera nos cruzamos con grupos que ya vuelven de regreso a sus casas. Algunos llevan la recolección del día en un inmenso saco que cargan sobre la espalda encorvada sujeto tan sólo con una cuerda que se apoya más arriba de la frente.


Es un placer pasear por Bungamati, por sus estrechas calles a las que no tienen acceso los coches y donde aún no ha llegado el turismo. Las plazas exponen sus esteras de arroz al sol de la tarde y en algunos portales se puede ver trabajar a algunos artesanos del hierro y la madera, oficios en los que destacan los newaris, grupo de población abundante en la zona, con su propio idioma, sus ritos de iniciación… Paseando por Bungamati, visito el templo del patrón del valle, Rato Machlendranath y me cruzo con el tonto del pueblo, que también lo hay aquí.
A mi regreso a Katmandú, le pregunto otra vez a Rup qué le tengo que pagar por sus servicios (es taxista profesional y lleva todo el día pendiente de mí). Me dice que lo que quiera. Me incomoda la respuesta. Me surge la duda de pensar si es una especie de servilismo o si, en realidad, es un buscavidas que sabe aprovecharse de las circunstancias. Sin duda es más cómodo el taxímetro… pero estamos en Nepal!.

sábado, 29 de marzo de 2008

Día 6º.- 26.Oct.2007. Esperando el amanecer. Luna llena en Durbar Sq.

26.Oct.2007. Es aún de noche cuando suena la alarma del móvil, programada para las 5.45 de la mañana, media hora antes del amanecer. Abro lo ojos y miro por la ventana: la luna se ha ido y la oscuridad es total. Salgo a la pequeña terraza de mi habitación y planto en ella el trípode y la cámara de fotos enfocando hacia la negrura de la noche. De regreso en el interior del cuarto, vacío todas mis pertenencias sobre la cama y las organizo haciendo pequeños montoncitos: la ropa limpia, mis papeles, el neceser,… Todos los días hago este pequeño ritual que me ayuda a “organizarme”, mientras voy imaginando el transcurso del día: lo que voy a hacer y a necesitar, con sus posibles variantes… Una vez que tengo mis cosas “organizadas”, me siento mejor, más tranquilo y dispuesto a lo que sea.
[En Madrid, al final del día, montones de papeles y carpetas se disputan la superficie de mi mesa de trabajo en un precario e inestable orden. Si en esos momentos me visita alguien de confianza, le digo: ves la mesa? Pues así tengo la cabeza!].
Con calma y sosiego hago mis salutaciones al sol…astro que, por cierto, aún no ha hecho acto de presencia.

Ya son las 6.10 hrs. Salgo de nuevo a la terraza, en donde la oscuridad devora enseguida la tenue luz que sale de la bombilla de mi habitación. Aunque me he abrigado, siento frío, un frío que parece más intenso por la ausencia de luz. Cierro la boca, inspiro y el frío sube por el interior de mi nariz. Silencio. Sopla una ligera brisa, sin ruido, sin olor.. Miro hacia un horizonte que me invento, que no sé siquiera dónde está. (Por dentro, estoy ilusionado, nervioso, expectante.). El tiempo pasa… pero nada pasa. O sí. A lo lejos, algo se ilumina débilmente. Enfoco mis ojos -y mi cámara- hacia ese pequeño punto de referencia. Es el sol, un pequeño trozo de sol rojo-violeta que, al cabo de unos segundos, sin embargo, desaparece. Me ha dado tiempo a hacer un par de fotos. Paciencia. Me mantengo expectante. Pasan unos minutos y una franja de frío fuego aparece otra vez en la lejanía, aplastada entre nubes que parecen sólidas como rocas. No dura mucho. La herida del cielo se cierra y vuelve la oscuridad, quizá ahora un poco más clara. A partir de entonces y durante toda la mañana, para mi desesperación, las nubes van a ir ganando todas las batallas al sol y las montañas permanecerán ocultas sin comparecer a la cita, sin que pueda siquiera adivinarse su presencia. La niebla irá ocupando los rincones del aire, impidiendo ver apenas más allá de unos pocos metros. A media mañana escucharé las voces de unos niños por detrás de la neblina y también, por unos segundos, arriba en el aire, el ruido de una avioneta. Objetivo no cumplido. Mi gozo en un pozo. Una ocasión perdida.
[No sé si tiene que ver con el avance de la edad –de la mía, claro-, pero me resulta recurrente, lately, la sensación de “dejar pasar algunas oportunidades”, “no saber aprovechar el momento justo”… El convoy llega hasta mi lado y aminora tanto su velocidad que un solo paso me permitiría incorporarme a él. Sólo un paso, así de fácil. Pero son apenas unos segundos, porque enseguida acelera su marcha y vuelve a partir sin mí. A veces imagino el interior del vagón en el que no monté… Me consuelo pensando que quizá el viaje era a ninguna parte]. FFG

Al mediodía, asimilada la "derrota", cargo con mi mochila –y la ventanita de Bhaktapur, que no se me olvida- y camino hacia el cruce de la carretera en el que me dejó la “guagua” el día anterior.
[Si es verdad que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita, quizá resultaría cierto también que la felicidad es de aquél que sabe conformarse y adaptarse a los acontecimientos. Sin embargo creo que cada uno es libre de situar su umbral personal de conformismo en donde le parezca. Y yo, creo, que cuando se me mete una cosa entre ceja y ceja...]
Al llegar a la "parada", no veo ningún autobús, pero tengo la oportunidad de negociar con un nepalés el hecho de compartir un pequeño taxi hasta Katmandú. Allá vamos. Bueno, el nepalés se queda en un pueblo a mitad de camino y proseguimos viaje el taxista -que no sabe ni papa de inglés- y yo. En el camino observo que, de vez en cuando, hay una presencia de hombres uniformados en determinados puntos de la carretera. A medida que nos vamos acercando a Katmandú, la presencia de policías y soldados va aumentando. Sobre todo en los cruces, en los que se sitúan vehículos blindados y camiones del ejército. Ya está, deduzco: están a la espera de una ofensiva de la guerrilla maoísta. Me arrepiento de no haber hecho caso a la guía que previene del riesgo de los ataques de los insurgentes… y cada vez veo más uniformes al borde de la carretera. Con disimulo intento captar con la cámara el dispositivo militar, a través de las ventanillas del coche. En esas estoy cuando, de repente, se escucha un ruido ensordecedor de sirenas acercándose y una compacta caravana de coches todoterreno pasa por el medio de la carretera, en dirección contraria a la nuestra, a toda velocidad. Un rato después, mi taxi ha llegado a Katmandú y me deja en casa de Vijay. Allí me enteraría que el rey de Nepal viajaba esa tarde con su comitiva a cumplir con un ritual religioso a Bhaktapur. Al parecer el monarca no es una persona muy querida y confiada de su pueblo.

Armado con el trípode y mi cámara, por la noche recorro las inmediaciones de la plaza Durbar de Katmandú, llenas de gente que pasea, compra, vende, vive,… Tal aglomeración de gente debe tener que ver con que continúan las celebraciones de la fiesta de Dasaín. Los templos están iluminados y muy concurridos. En frente del palacio real hay una reprodución de Hanuman, el rey mono, siempre tapado. A la vuelta de una esquina, una imagen de Bhairab amenazante. Entre los tejados, descubro de nuevo la luna llena. Qué bella es!

sábado, 15 de marzo de 2008

Día 5º.- 25.Oct.2007 De Bhaktapur a Nagarkot

25.Oct.2007. En la guest house, un grupo de japoneses (esta gente llega a los confines del mundo!) se levanta tras desayunar en la larga mesa comunitaria a la que yo me incorporo. Al terminar mi desayuno “frutal” echo una ojeada al titular que encabeza el ejemplar del “Kathmandu Times” que los turistas han dejado sobre la mesa: “Diarrhea becomes epidemia”. Habrá que procurar una profilaxis de comidas calientes, agua embotellada… y tener suerte!
Comienzo el día con una visita al espectacular templo de Nyatapola, el más alto del Nepal. Sus escaleras están flaqueadas por los defensores del templo: los célebres guerreros rajputs Jayamel y Phattu, cada uno dotado con la fuerza de diez hombres. A medida que asciendo, me voy encontrando con nuevas parejas de guardianes que multiplican por diez, según la creencia popular, la fuerza de los anteriores: elefantes, después leones, después grifos y en lo más alto, las dos diosas protectoras de la misteriosa y tántrica Siddi Laksmi… a la que no logro ver pues su estatua se guarda en el cerrado interior, reservada su contemplación a los sacerdotes. Lo que sí se puede ver, girando la vista hacia abajo, es una preciosa plaza que se extiende, llena de vida, a los pies del templo.
El sol ilumina la plaza Durbar, en la que ahora no hay muchachos jugando con sus cometas como el día anterior. Sentado sobre una piedra recojo esquemáticamente en mi diario algunas de las cosas que he encontrado en mi paseo de esta mañana: templos en los que se hacían sacrificios rituales, una gran “ficus religiosa” -como la de la iluminación de Buda- junto al santuario de Ganesh (el simpático dios de la buena suerte con cabeza de elefante), artesanos exponiendo su cerámica junto al horno comunal, puestos de venta de carnes extendidas en la acera y olisqueadas por perros, una enorme pintada maoísta con su hoz y su martillo, pokharis –aljibes de todos los tamaños, hasta 74 hubo en su día-… y por todos lados mujeres aireando arroz sobre esteras de esparto. Una voz me distrae de mi escritura. Es la de un muchacho nepalés. Se llama Anil, habla inglés y se ofrece a servirme de guía. Le propongo un recorrido al margen del circuito turístico al uso. OK. Durante un par de horas caminamos por Bhaktapur y charlamos.

Anil me explica las características de los tres principales dioses, Brahma, Shiva y Vishnú, pero renuncio a aprenderme sus respectivas encarnaciones, manifestaciones, vehículos, diosas… los miles de nombres que componen el inmenso panteón hinduísta. Me resulta difícil imaginarme que alguna persona, no nacida en estas tierras, se pueda un día “convertir” a una religión tan compleja. A pesar de que mi guía se confiesa ateo, la religión ocupa, a mi juicio, el lugar más importante de la vida nepalí. Por doquier veo templos y en ellos, a todas horas, nepaleses de cualquier edad y condición realizando sus pequeños ritos y oraciones. Resulta gracioso que hayan de tocar una campana para “despertar” al dios de turno y que les haga caso. Es también habitual ver cuencos con arroz y flores junto a imágenes de dioses en pequeños rincones de las casas, improvisados locutorios para conectar con la divinidad. La religión es omnipresente. (el opio del pueblo de Marx, me recuerda Anil), aunque su práctica, al menos la que yo he visto, es muy intimista: individual o familiar; lejos de las concentraciones masivas de fieles arengados por enardecidos predicadores de otras conocidas religiones monoteístas. Por ello parece difícil pensar que, a pesar del caldo de cultivo que constituye la miseria de la mayor parte de la población, de estas creencias puedan surgir cruzadas o yihads. (Recuerdo también a Savater y su “Panfleto contra el Todo”). Parece existir una gran tolerancia entre religiones y unos difuminados límites entre la práctica del hinduísmo –mayoritario- y el budismo –minoritario- . Me entero que Sidharta nació en Nepal.

(En la oscuridad del templo de Narva Durga vuelvo el rostro y descubro sobre una piedra la decapitada cabeza de un búfalo, víctima de un sacrificio, que me mira con los ojos salidos de sus órbitas. En Inacho Bahal, dos jóvenes y sonrientes monjes nos sirven de guías y posan para nosotros junto a una gran estatua dorada de Buda. Junto al río Hanumante un sacerdote oficia un pequeño rito enfrente de un hombre vestido sólo con una tela de cintura para abajo y la cabeza rapada, salvo una minúscula coletilla. Un familiar suyo ha muerto hace poco y la tonsura impedirá que lo olvide durante un tiempo: al menos el que tarde en crecerle de nuevo el pelo.)

En nuestro paseo por la ciudad, Anil se ha cruzado con amigos y conocidos. Me ha sorprendido que, para saludarlos, adelantara presuroso su mano en busca de las de los otros, de una manera que se me antoja poco natural, forzadamente “occidental”. Y el saludo Namasté? -pregunto. Me cuenta que, entre los jóvenes, la costumbre actual es estrecharse las manos. Me viene a la cabeza cómo el saludo está cambiando también entre la juventud occidental: give me five y tal... También me cuenta que él, y la mayoría de la juventud, está deseando largase del país e ir a vivir a otro más desarrollado. Algunos amigos suyos ya se han ido a probar suerte a India, Rusia,… Me pregunta si yo podría conseguirle trabajo en España. Eso sería la mejor propina que yo le podría dar, me dice al terminar nuestro paseo, al tiempo que me facilita su dirección de email.

Por la tarde el hermano de Krishna me acompaña a la “estación de autobuses”. Por el camino oigo a mi espalda: Eh, amigo, amigo. Me vuelvo y, asomado a la puerta de su comercio, sonríe el rostro del dependiente de la tienda de artesanía, el que estudiaba español. En el viaje a Nagarkot tendré que cargar, además de con mi mochila, con una incómoda bolsa de basura negra que lleva en su interior una reproducción en madera de una ventana de Bhaktapur... que no cabe en la mochila.

- You ought to get in this bus… You can also wait one hour and get in that other one.
- But the other one is nearly as crowded yet.
Finalmente me subo al autobús (¿?) que va a salir de forma inmediata hacia Nagarkot. A duras penas consigo entrar y abrirme paso entre la gente que abarrota esta especie de “camioneta con asientos”, hasta llegar cerca del chófer. Éste me indica un pequeño espacio sobre la caliente tapa del motor interior, junto a la palanca del cambio, en donde cabe, apretado, mi culo. Peor se ha de ir de pie, me consuelo. Y peor aún, aunque habituado, debe ir el cobrador cuya cabeza veo a través de una ventanilla, por fuera del autobús. Ignoro cómo irán los que van “acomodados” entre los bultos que se agolpan en la baca exterior, sobre el techo del autobús (…se tendrán que agachar si pasamos bajo los árboles… veré salir despedido a uno agarrado a su maleta en una curva cerrada?... los puentes por el centro, por favor…) Por un momento pienso que no voy a poder resistir mucho tiempo, que me va a dar un ataque de ansiedad, aplastado entre la gente, mi mochila y la “ventanita de Bhaktapur” que en los baches se me clava en la cara mientras trato de eludir el puño del conductor cada vez que cambia de marcha. Respiro hondo, intento relajarme y miro a mi alrededor: un padre con su hijo, una anciana con un sari rojo, una muchacha jovencita de bellos ojos y peinado recogido, una mujer dando el pecho a su bebé, el rostro del cobrador enmarcado en la ventanilla como si fuera un presentador de TV. También ellos me miran. Soy el único occidental en el autobús. A mi cara de angustia, me responden sonriendo, cercanos, amigables. Intento esbozar una sonrisa de circunstancias y me la devuelven sonriendo aún más. Se me ocurre que si supieran inglés o algún otro idioma “vehicular”, se pondrían sin duda a hablar conmigo de inmediato, a preguntarme de dónde soy, qué hago aquí sólo, a darme ánimos… Como en un trastorno bipolar, el péndulo viaja al otro extremo y me relajo… pienso que estoy entre gente maravillosa y, en un ataque de euforia, noto que se me ríen hasta los huesos y me pregunto si habrá en el mundo alguien más feliz que yo en estos momentos. Botín, desde luego que no.

Me despido por señas de mis compañeros de viaje. Después de una hora de trayecto por una estrecha y mal asfaltada carretera que ha ido ascendiendo la ladera del valle, inclinándonos en cada curva que se abría paso entre árboles y una feraz vegetación a medida que el conductor daba vueltas y vueltas al gran volante, hemos llegado a un cruce. De él parte un camino que he de recorrer andado, ahora yo sólo, con mi mochila a la espalda…y la “ventanita” de los….

Al caer la tarde he llegado al hostal “Chantauri Keyman”. Se ha hecho de noche y hay algo de niebla. No he podido ver el atardecer. No importa. Será mañana cuando podré ver el espectacular amanecer de Nagarkot en el que el sol se despereza en el horizonte, por detrás de la cordillera, tiñendo de luces y colores, poco a poco, las nieves del Himalaya. Primero un resplandor oscuro, luego los granates y violetas, los rojos, los amarillos, por fin la luz blanca poderosa del astro rey que irisará el paisaje, obrando el milagro diario de iluminar la vida en uno de los lugares más bellos de la tierra. Ceno y pongo al día mi diario. Me acompaña una hermosa luna llena.

domingo, 9 de marzo de 2008

Día 4º.- 24.Oct.2007. En Bhaktapur: sólo, perdido y... encantado

24.Oct.2007. Casi al término de mi cuarta jornada de viaje, entro en un cibercafé de Bhaktapur. Por unas pocas rupias me conecto a Internet y –yo solito, por primera vez- consigo acceder y escribir en mi blog, aunque sea sin tildes:

Ya son las 7 de la tarde aqu'i en Bhaktapur a donde hemos venido esta manana y en donde me quedar'e a dormir. Se trata de una ciudad medieval nepal'i que fue la capital del reino hace muchos anos. El tr'afico est'a restringido por lo que es una delicia poder pasear por sus calles y visitar sus templos a Shiva, Visn'u,...pero sobre todo coconcer a sus gentes que realmente parecen de otro siglo. Por lo visto aqu'i se rod'o una parte de El Pequeno Buda de Bertolucci. Estos d'ias son las fiestas de Dasain y los suelos de las plazas p'ublicas de Bhaktapur esta'an cubiertas de espigas de arroz que las mujeres ponen a secar al sol, a beldar y al atardecer cada familia recoge lo suyo hasta el d'ia siguuiente. El arroz es el principal alimento de los nepaleses
Ahora, por la noche, se escuchan pequenos grupos de ancianos que cantan mantras con tambores y cr'otalos a las puertas de los templos. La gente es encantadora y muy hospitalaria. Despu'es de que ha anochecido hace m'as de una hora, las calles est'an llenas de gente paseando. Parecer'ia la tarde de domingo en un pueblo cualquiera, si no fuera por la tez oscura y la vestimenta de los paseantes con sus saris, sus topis... las adolescentes que pasean del brazo con vestidos de colores viv'isimos, son guap'isimas y muy t'imidas...si les dices algo sonr'ien azoradas, juntan las palmas de las manos a la altura del cuello y dicen: Namast'e, el saludo nepal'i.

El día había comenzado con mis salutaciones al sol, la duchita, recogida y orden de equipaje y el desayuno en la terraza con Ale. En mi camino hacia la casa de Vijay, me entretuve un poco tratando de buscar un regalo que le gustara a Pedro pues cumplió años antes de ayer (al final, una navaja multiusos.. cunera, claro!). Después hemos viajado en taxi a Bhaktapur –Bhadgaon, ciudad del arroz- en donde hay que pagar 750 NR -10,00 euros aprox.- por entrar! Aunque aquí es una pasta, tampoco es cuestión de poner cara de digno y darme la vuelta! Entramos directamente a Durbar Square –Plaza Real- que es como entrar directamente en un escenario de ensueño. Una estatua del terrible Bhairab (manifestación de Shiva) y otra de la no menos terrible Durga (manifestación de su esposa Parvati) dan la bienvenida. A un lado, el Palacio de las 55 ventanas con su impresionante Puerta Dorada –Golden Gate- y, conformando irregularmente la plaza, extraordinarias edificaciones en piedra, ladrillo, madera labrada: Una copia del templo de Patsupathinath, el templo de Vatsala Durga, la columna del rey Malla, Char Dham (cuatro pequeños templos que representan los lugares de peregrinación hinduísta para los que no puedan viajar), la gran campana de Taleju,…pero aún me impresiona más caminar por sus calles en los que la vida discurre en una hermosa e increíble atmósfera oriental-medieval.

Después de comer, Pedro y yo nos despedimos. Él regresa a Gokharna y, a partir de ahora seguiré el viaje yo sólo. Armado con la lonely planet y la cámara de fotos dejo que mis pies me lleven por el corazón de la ciudad sin un itinerario fijo. Vago por estrechas calles y pequeñas plazas en donde se seca el arroz. A veces llego a pasadizos sin salida y tengo que darme la vuelta ante los ojos curiosos de los lugareños. Al cabo de un tiempo tengo que rendirme a la evidencia: me he perdido. Es absurdo preguntar pues no me entenderían, así que intento orientarme hacia donde veo mayor tránsito de gente, buscando alguna de las calles principales que me lleven de regreso a Durbar Square. Aparezco, sin embargo, en Tachupal Pole, la antigua –y bellísima- plaza central de Bhaktapur. (Lo de Tachupal suena a México precolombino, a que sí?) Sonrío mientras hago fotos a las escenas eróticas talladas en madera del templo de Dattatreya. Ya orientado, visito Thaumadi Pole, Potters’ Square,… Entro en una pequeña tienda de artesanía (aquí son famosos los artesanos de la madera; magníficas ventanas con celosía y marcos labrados profusamente: muy famosa la Peacock Window). El vendedor es estudiante ¡de español!. Ante su insistencia le digo que, antes de irme de la ciudad, le compraré la miniatura de una ventana labrada. Localizo un cibercafé e intento, con éxito, publicar unas cuantas frases en mi blog.

Después de caminar durante horas y horas por Bhaktapur, me voy a descansar, sólo, en la guest house “Golden Gate”, regentada por unos amigos de Pedro. Confieso que esta tarde cuando me perdí, además de sentirme un poco “torpe”, también he experimentado el vértigo de la soledad. Hasta ahora Pedro ha sido mi guía y se lo agradezco en el alma. También le he de agradecer haberme dejado sólo, aunque orientado: como una flecha disparada desde un arco, que sólo los vientos o los obstáculos podrán variar su recorrido. Me siento bien pensando que ahora podrá dedicar el tiempo a lo que realmente le ha traído aquí y yo me encuentro “really excited” (mezcla positiva de entusiasmo y nerviosismo) ante mi nueva situación. Me esperan unos días apasionantes con su dosis de incertidumbre. Parece que mi mente viaja a tiempos remotos en los que me tenía que buscar la vida yo sólo. Estoy encantado.

lunes, 3 de marzo de 2008

Día 3º.- 23.Oct.2007. Impresiones y emociones en Katmandú.

23.Oct.2007. Cuando me despierto, tardo tiempo en asimilar el “cuándo” y el “dónde”, pero me doy cuenta rápidamente “cómo” estoy. Estoy pletórico. Descalzo en la habitación, hago unas salutaciones al sol (yoga). Me ducho con agua caliente. Ordeno mis cosas. Ale, mi anfitrión, tiene preparado un desayuno frutal en la terraza de “Elbrus Home”. Pedro no tarda en llegar. Me pide que me asome a la balaustrada de la terraza. Abajo en la acera veo unos chavales desarrapados que hurgan entre las basuras. No van a la escuela. Se pasan el día en la calle. Si te fijas, dice Pedro, podrás comprobar que aspiran pegamento de unas bolsas de plástico. (...)

Pillamos un taxi que nos lleva a uno de los establecimientos de “Maiti Nepal” www.maitinepal.org . Al parecer, la enfermedad y la muerte de su joven hija en Nepal, fue la causa de que un magnate alemán destinara importantes fondos para financiar esta institución de acogida con la que Pedro viene colaborando desde hace años. Al llegar, compruebo que ocupa unos edificios muy bien construídos -mucho mejor que los de su entorno-, con aulas, enfermería, jardines,….. Entramos. Es la hora del recreo y un montón de niños y niñas juegan en los jardines. Al verlo, muchos de ellos reconocen en seguida a Pedro y corren alegres a saludarlo: Namasté… namasté. Mi compañero de viaje es una persona verdaderamente popular aquí. “Uncle”, le dicen; algunos incluso le llaman "was-bah" (padre en nepalí)... El se dirige a cada uno por su nombre y reparte caramelos y regalitos que trae en los bolsillos. Después de esta algarabía infantil, subimos a la “Clinic”. Al poco tiempo aparecen Apshara y su hija. Se abrazan a Pedro. Las manos y los ojos de los tres hablan de sentimientos muy bellos. Salimos de Maiti Nepal. En unos tendederos hay lanas teñidas de colores que se secan al sol. (...)
Caminando un breve trecho llegamos a Patsupathi. A orillas del sagrado río Bagmati, Patsupathi-nath es el más importante santuario hinduista del país. En sus aledaños, hay multitud de puestos en los que venden flores frescas para las ofrendas. Abundan unas flores naranjas –me recuerdan a los “tajetes”- que insertan en collares en los que brillan poderosos los pétalos, como con luz propia. Llegamos al Panch Deva. Se trata de un asilo para indigentes a cargo de cooperantes y Hermanas de la Caridad (Teresa de Calcuta). Entramos en un amplio patio. Es la hora de la comida. Unos cuantos ancianos, en pequeños grupos o en soledad, se afanan con una escudilla de zinc que parece contener arroz hervido. Observo que muchos están descalzos. A algunos se les cae la comida antes de que llegue a la boca. Entro en el edificio. Aquí todo está en semi-penumbra. Hay pasillos a modo de barracones en los que se alinean pobres camastros cubiertos con pobres telas. Un poco más allá un gran caldero humea en la precaria cocina comunitaria. Sigo caminando. En una especie de lavadero, una monja con rasgos orientales lava con ahínco un cuerpecito desnudo y escuálido. Continúo mi recorrido y llego al “comedor” dispuesto en un pasillo al que llega la luz de fuera a través de huecos abiertos en las paredes. Los ancianos se sientan a las estrechas mesas con sus escudillas. Pedro y Purna -un joven amigo nepalés que se nos ha unido- han trabajado aquí en años anteriores y saludan a los comensales. Namasté. Mira, ese es sordomudo. Aquella es una ciega muy simpática. La de al lado, la que sonríe tanto, tiene lepra… Donde quiera que dirijo la vista veo cuerpos deformados, mutilados, desechos. Junto mis manos y, con forzado gesto de alegría, yo también saludo. Me responde un mar de sonrisas desdentadas. Siento que me mareo. Busco el camino hacia fuera. Estoy de nuevo en el patio. Sobre sus paredes hay colgadas grandes fotos con los rostros de los “inquilinos” de este lugar. Como si fuera uno más en la fila de los retratos, de su mismo tamaño, descubro lo que en realidad es un espejo. Al mirarme en él, bajo mi imagen reflejada, se puede leer una frase impresa: “Tú también, algún día, podrás ser uno de ellos”. Salgo de allí. Tengo un nudo en la garganta. Intento que mis acompañantes no vean mis ojos congestionados por las lágrimas. (...)

Cruzando el puente sobre el río, se tiene una imagen de conjunto del santuario. Enfrente, una escalera sube por la colina y a un lado, se alzan un buen número de pequeños templos alineados a poca distancia unos de otros, que se me antojan grandes “confesionarios” de piedra. Junto a ellos, con escasa ropa y el cuerpo untado de ceniza, los sadhus (hombres santos) se exhiben al sol. Purna me comenta que para fotografiarlos hay que pedirles permiso y darles una limosna que ellos se gastarán en marihuana, su principal “alimento espiritual”. Intento hacerles fotos sin pagar ese peaje, disimulando; no me salen bien.

Vuelvo la vista al otro lado del puente, el que dejé atrás. Con la perspectiva que da el ancho del río puedo contempla el esplendor del gran templo de Patshupati “el señor de las bestias”, una de la encarnaciones pacíficas de Shiva, dios creador y destructor del panteón hindú. (Los no hinduístas no pueden acceder al interior del templo aunque podrán atisbar, desde su entrada occidental, el gran trasero dorado de la inmensa estatua de Nandi, el toro de Shiva). Bajo el templo, junto al río se sitúan los ghats, las plataformas de cremación de la familia real. Ahora están vacías. Purna me comenta que en 2001, cuando se produjo la misteriosa masacre palaciega, no daban abasto con las incineraciones. A la izquierda del puente, los ghats del pueblo llano. En uno de ellos apenas quedan unos rescoldos humeantes. En la plataforma próxima, va a comenzar una cremación. Sobre una pira de gruesos troncos, un cadáver envuelto en tela está cubierto de paja. (Pedro me dice que cuantos más posibles tenga la familia, más y mejores troncos tendrá la pira; si la familia es pobre, la escasez de madera hace que a veces el cadáver no llegue a convertirse en cenizas) Hay una pequeña ceremonia en la que el hijo del difunto, un niño vestido apenas con una ligera tela se introduce en el río. En poco tiempo el túmulo funerario se ha convertido en una gran hoguera que se eleva hacia el cielo. Los deudos permanecen en una estancia enfrente, hasta la consumación completa. Las cenizas se tirarán al río, afluente del Padre Ganges. Miro a Purna, con quien compartiré alguna jornada más y le pido que, si yo muriera en Nepal, me incineren junto al Bagmati. Observo que hay niños metidos en el río hasta las rodillas, portando unos palos. Al principio pienso que están pescando. Me explican que buscan monedas y las joyas de los difuntos. (...)

Un taxi nos lleva a Gokharna en donde hay otro establecimiento de Maiti Nepal que alberga a mujeres y niños seropositivos. Al llegar nos enteramos que los niños han salido de excursión. Sólo queda media docena de chicas sonrientes, encantadoras. Nos enseñan la cuadra que han construído para un par de vacas y también unos cabritillos recién nacidos. Un poco más allá, alejada del resto de los edificios, hay una casita pequeña. En su pequeño jardín, tres chicas están sentadas sobre una estera, al sol. Más sonrisas. Namasté. Pedro roza con el dorso de su mano la mejilla de una de ellas y su rostro resplandece tras el amago de caricia. Son un grupo de seropositivas y están apartadas de los demás por sufrir, además, hepatitis contagiosa. (...)

En nuestro regreso a Katmandú, nos detenemos en la aldea de Bhouda, lugar emblemático del budismo tibetano del que antaño partían las caravanas a Lhasa y que constituía la entrada de los mercaderes del Tibet antes de entrar en Katmandú. Hoy alberga una gran comunidad del exilio que huyó en 1959 y numerosas escuelas y monasterios budistas. Sobre una terraza desde la que se divisa una de las mayores stupas del mundo, la de Bodhnat, comemos algo y compartimos una botella de San Miguel de 660 cl. Pedro me explica el “Ek” de Buda. Estamos en la gloria. Pedimos una nueva sanmiguel para compartir y le pregunto un montón de cosas a mi amigo, que me contesta hablándome de sus trabajos y viajes, de sus experiencias con sectas, de su familia, de sus creencias, … Le interrumpo demasiado a menudo y él, cada vez, me mira con gesto extraño: tengo que aprender a escuchar mejor. Al caer la tarde decenas -cientos- de tibetanos caminan ceremonialmente, cada vez más numerosos, alrededor de la stupa. Con el precioso mantra dentro de los oídos, también nosotros caminamos entre monjes y monjas, hombres y mujeres del Tibet de toda condición: ..Om Mani Padme Hum.. Om Mani Padme Hum.. Al poco tiempo estamos ya inmersos en lo que se ha convertido en una gran procesión, un inmenso gentío que ya apenas cabe en la plaza y que gira y gira alrededor de los ojos de Buda. Om Mani Padme Hum. Me emociono de nuevo. www.youtube.com/watch?v=t4Ri37iAyWk (...)

Philip llegó a Nepal y decidió quedarse a vivir allí. Abrazó el budismo y montó un pequeño hotel en Katmandú que me recuerda un carmen de Granada: pequeña edificación, piedra y madera, acogedor, con jardín, árboles,… Un buen (mal) día, después de pasar toda la noche en vela hablando y sincerándose con su mejor amigo, inesperadamente, Philip se murió. Mi amigo Pedro, que lo conocía, acudió a sus exequias por el rito budista (muy hermoso, me contó). También lo hizo Yolanda, una joven suiza que estando ocasionalmente alojada en ese hotelito, a partir de entonces, decidió convertirlo en su hogar y nuevo modus vivendi cogiendo el testigo de Philip, hasta el día de hoy. Con Yolanda conversamos ya de noche en el jardín a la luz de las velas. Nos cuenta que el año pasado decidió pasar unos días de reflexión en Suiza. Al poco tiempo regresó a Nepal, con más ganas. Ahora está construyendo un albergue fuera de la capital, en la montaña. Estará atendido exclusivamente con chicas que provienen de Maiti Nepal. Además de solidaria, es inteligente: la guerrilla maoísta activa en el medio rural del país no ataca a las mujeres, por considerarlas inferiores. Manda huevos! (La vida en un instante)

De nuevo en Katmandú, cenamos en la pizzería “La Dolce Vita” sita en el bullicioso barrio de Thamel. Antes de regresar a la pensión le comento a mi amigo que he vivido tanto estos dos días que sólo por ello ya me hubiera merecido la pena este viaje. Sé que hay cosas que mi mente occidental va a tardar en asimilar. (...)

Llego al edificio de “Elbrus Home”. Ale no está, pero hay gente conversando en la noche fuera del portal y alguien me abre el candado de la verja metálica de fuelle que sirve de puerta. Subo al 4º piso. La pensión está cerrada. Llamo. No responden. Llamo de nuevo insistentemente. No hay respuesta. Bajo de nuevo los cuatro pisos. Llego al portal y ya no hay nadie: la verja está cerrada con el candado echado. No puedo salir. Me planteo dónde dormir: los tres pisos superiores están deshabitados y derruídos... Cuando empiezo a temer que alguien pueda surgir de entre las sombras y me dé el palo, de la oscuridad de la calle aparece un Ale sonriente que regresa de tomar un té. Acostarme en una cama me parece un regalo del cielo. (...)