domingo, 23 de noviembre de 2008

TURNO DE OFICIO (1)

No, el sábado no puedo quedar -le digo a mis amigos-, tengo guardia. Comienza a las 10 de la noche del jueves y termina –teóricamente- a las 10 de la noche del viernes. Digo teóricamente porque en la práctica termina al día siguiente, sábado, sin que se pueda precisar la hora.

Tardé más de la cuenta, pero en el “triunfal” año de 1992 me decidí a terminar un ciclo de mi vida que implicaba -entre otras cosas-, el final de una antigua e íntima amistad y mi reciclaje en el terreno laboral. Al tiempo que comenzaba mi nueva andadura profesional me presenté al examen de la única asignatura de la carrera de Derecho que tenía pendiente ¡desde hacía 13 años!, conseguí mi título y me inscribí en el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. En 1997, después de hacer el preceptivo curso de adiestramiento, me apunté al Turno de Oficio, institución cuyo principal objetivo es ofrecer asistencia letrada a quienes no tienen recursos suficientes para costearse un “abogado de pago”. Realmente, desde 1993 me gano (y pierdo) la vida en una empresa de “organización de eventos”, como se dice ahora, pero el Turno de Oficio es para mí un balcón –y una escuela- desde el que observo rincones de la vida que son difíciles de contemplar desde fuera de esa atalaya. Así que comencé a visitar comisarías, calabozos y presidios, me habitué a ponerme la toga y a disimular los nervios delante de un tribunal, a negociar con los fiscales y a comprender que los clientes no siempre dicen la verdad aunque no mientan…y en eso sigo.

7.00 am. Suena el teléfono: “Buenos días, Don Gonzalo, le llamo de la guardia. Asistencia en el depósito de la Policía Municipal de la calle del Plomo. Javier G.R. Delito contra la seguridad del tráfico. Hay que estar allí a las 8”. Mi primera asistencia y mi primer descoloque. Cuando llego, el policía de guardia me cuenta que han detenido al antedicho, borracho como una cuba, dando botes encima del techo de su coche, a las 4 de la mañana, después de chocar contra otro vehículo; además, el pájaro se ha negado a hacer la prueba de la alcoholemia. Sacan al muchacho del calabozo. Es un chaval con "buena pinta", que podría pasar por universitario e incluso pijillo, aunque algo desaliñado y con la ropa sucia. Se acoge a su derecho a no declarar ante la policía y hacerlo ante un juez. A continuación pide tener una entrevista reservada con el abogado, otro derecho que le asiste. Habla serio y tranquillo. Me cuenta que es un tipo normal, con su novia y su trabajo normales pero que recientemente ha recaído en la droga. Por eso había ido esa noche a pillar a Las Barranquillas y se había “puesto” un poco. Que le han seguido unos mafiosos porque le querían robar el “caballo” y la pasta y que ha sido él quien ha llamado a gritos a la policía para que lo auxiliaran. Sin embargo, la poli ha llegado, le han dado dos ostias y lo han metido en el trullo… ¿Qué pasó realmente esa noche? Yo nunca lo supe. Al día siguiente un abogado particular me pidió la venia para su defensa.

Desde estos más de 10 años he conocido a una fauna muy variopinta. Chorizos, violentos, colgaos,…y hasta gente normal que tuvo un mal día! Me he ido acostumbrando a hacer mi trabajo de la forma más técnica posible. Y esto viene al caso porque a veces me preguntan: ¿tu defenderías a un violador? o ¿cómo puedes asistir a un maltratador? Parece que en algunos delitos repugnara el ejercicio de la profesión. Sin embargo yo no pienso así. En primer lugar, en un Estado de Derecho nadie es culpable hasta que no se demuestra lo contrario. No se puede "etiquetar" -y menos condenar- a nadie previamente, sino después de un proceso justo. Y para juzgar y condenar están los jueces, no los ciudadanos ni los abogados. En segundo lugar porque creo que el derecho constitucional de Defensa ha de amparar también a los que no tienen recursos. Lo que no sería equitativo es que los ricos tengan posibilidad de defenderse y los pobres no, porque los abogados del T.O. puedan rechazar los asuntos que no les gusten. Es un turno obligatorio para el que lo elige -no una oferta en la que puedas seleccionar los asuntos- salvo casos extraordinarios. En tercer lugar porque nuestro cometido es, como he dicho, fundamentalmente técnico: ante unas situaciones que encajan en supuestos más o menos previstos, aplicamos unos protocolos más o menos previstos también. En suma, que nuestra obligación es hacer nuestro trabajo de la manera más profesional posible. Que así lo hagan también el fiscal y el juez. [Pienso en el cirujano que tiene que operar a un presunto terrorista. Su labor es salvarle la vida; Dejemos que sea la Justicia quien lo juzgue]. En alguna ocasión quizá porque las otras partes del proceso no han hecho bien su trabajo, ha salido absuelto alguien que, en mi fuero interno, yo mismo creía culpable del delito. ¿Ha sido, acaso, responsabilidad del abogado...?. Me viene ahora a la memoria el caso de Julián, un joven que estaba cumpliendo condena y se libró de una nueva, lo que significaba que pronto saldría de prisión. Cuando fui a visitarlo al presidio mi conciencia -error de contención profesional- no se pudo aguantar y le dije algo así: Has tenido mala suerte en tu infancia [pobreza, analfabetismo de los padres, ambiente de violencia, falta de educación,..] pero hoy te ha visitado la buena estrella. Aprovecha esta oportunidad, quizá no tengas otra!!

Como es fácil imaginar, todos estos años han sido generosos en anécdotas y situaciones dignas de comentario. Por eso el título del post tiene detrás el número 1. Probablemente vendrá algún otro número, una nueva entrega. Ahora guardo la Ley de Enjuiciamento Criminal en mi cartera y espero que suene el teléfono y una voz me diga: “Buenas noches, don Gonzalo, le llamo de la guardia….”