Cuando Vijay le dijo a Pedro lo que costaba un préstamo para levantar una vivienda sobre la planta baja que ocupa su “Nepa Cold Store”, mi amigo no dudó en prestarle el dinero. Al cabo de unos meses, además de los familiares de Vijay, también Pedro disponía de su habitación en Katmandú, sus fotos en las paredes y todo dispuesto para cuando él fuera por allí. Y es precisamente allí adonde llegó nuestro taxi: Namasté…, juntando las palmas de las manos a la altura del pecho la familia de Vijay, uno a uno, inclinan la cabeza ceremoniosamente, namasté, siempre de frente, namasté, no nos tocan –la gente aquí apenas se toca-, namasté, namasté… pero sonríen, ¡Dios mío, cómo sonríen!, ¡sobre todo con la mirada!. Pedro no puede más y, después del saludo protocolario, les coge las manos, alegre, emocionado. Apenas usan palabras, todo se dice con los ojos, que brillan a estallar y se empañan de lágrimas.… Mi amigo se hospedará en “su” casa… yo dormiré en “Elbrus Home”.
Cuentan las leyendas –y parece que avalan los geólogos- que el valle de Katmandú fue un gran lago del que brotó (swayambhu), como una flor de loto, la colina en donde reposa este templo (nath) llamado “de los monos”, al oeste de la ciudad. Se trata de una gran “stupa” budista a la que llegamos a media tarde. Llaman la atención las largas tiras multicolores de banderolas de oración con mantras tibetanos que parecieran formar el esqueleto de una inmensa carpa que cubre el lugar. Caminamos alrededor de la stupa (zócalo-cúpula-chapitel-pináculo y sombrilla) de forma ortodoxa -en el sentido de las agujas del reloj- mientras algunos fieles voltean las ruedas de oraciones. Aprendo lo que es un “path” (refugio de peregrinos) y un "gompa” (monasterio budista tibetano). Aprendo también que hay una diosa Tara verde (china) y otra blanca (nepalesa). Veo la gran estatua dorada del Buda histórico, Sakyamuni y los primeros monjes (¡uno luce un peluco que parece de oro!). Intento fotografiar a un vendedor de tanghkas con un solo diente.. y cierra la boca las tres veces que lo intento. Junto al pétreo gran “Dorje” (rayo en tibetano, símbolo tántrico masculino de la fuerza y compasión masculina / la campana es el símbolo de la sabiduría femenina), se despliega hacia el fondo del valle, desplomándose como una alfombra ladera abajo, la gran escalera oriental que los peregrinos ascienden en su particular vía crucis. Me vuelvo a encontrar con los increíbles ojos de los niños mientras hacemos el recorrido inverso, hacia abajo, en donde nos tomamos una cerveza reparadora. Observo que cuando los nepaleses dan algo con su mano derecha –como el cambio restante del pago de una cerveza- hacen el gesto de apoyar el codo sobre la palma de su mano izquierda en señal de respeto.
Caminamos hacia el barrio de Thamel. Yo me detengo una y otra vez para mirarlo todo, intentando llenarme de la vida que hierve a borbotones en las calles, en los puestos de fruta, en los templos, en los juegos de apuestas, en los establecimientos de dentista (los clientes clavan una moneda en el exterior por cada dolor de muelas del que se han librado), junto a las pequeñas figuras de adoración religiosa que surgen en cualquier rincón, teñidas con los colores de las plegarias… Llegamos al modesto y acogedor restaurante “Yak” cuando ya es de noche. Pruebo el “curd”, yogur de búfala. Antes de irnos a descansar, visitamos un cybercafé en el que abrimos este blog.
Son las 20.30 hrs (hora local) cuando llego a “Elbrus Home”. "Ale" me está esperando con su amplia sonrisa. Namasté. Antes de caer rendido a dormir escribo mi diario. Estoy feliz, pero exhausto. Me despertaré a las 3 horas… y me volveré a dormir, en paz, de un tirón, hasta las seis y media de la mañana. Atrás queda una de las jornadas más largas de mi vida. Estoy exhausto, pero estoy feliz.