domingo, 17 de febrero de 2008

Día 2º.- 22.Oct.2007.Gonzalo en el Tibet. A dream comes true

22.Oct.2007. 11.00 hrs . Una hora y media después de dar vueltas y vueltas sobre el nublado cielo de Katmandú, nuestro avión finalmente desciende, atraviesa el mar de nubes y aterriza felizmente en el principal aeropuerto de Nepal. Mi cabeza también deja de dar vueltas... y al bajar la escalerilla el día aparece ahora espléndido, luminoso… ¡a estrenar!. (se me pasa por la cabeza la idea de besar el suelo; poco original, no?). En la sala de recogida de equipajes, reina un maravilloso desorden de maletas, grandes cajas embaladas (electrodomésticos?), mochilas con piolets y crampones,… Enfoco con mi canon a Pedro que me hace señas mientras navega por un mar de bultos intentando encontrar nuestras bolsas de viaje. (Después -demasiado tarde- me diría que esos aspavientos me querían avisar del cartel que prohibía hacer fotos en el recinto). Por un momento hemos temido la pérdida de nuestras maletas pero aparecen... las últimas. Pillamos un taxi para el “centro”. Es fácil comprobar que aquí los taxis no pasan la ITV. Mientras circulamos por una carretera a modo de travesía urbana de firme irregular con curvas y sin semáforos, mis ojos vuelan a través de la ventanilla y recorren, ávidos, el paisaje y el paisanaje. Casas bajas dispuestas sin mucho orden, hombres, mujeres y niños de tez tostada al sol caminando, en bicicleta o en moto (hasta 5 ví en una sola moto!). En esos momentos pienso que apenas sé nada acerca del país y me doy cuenta que mi sueño de viajar al Nepal ha sido una apuesta del corazón, un reto al destino, una romántica meta de ilusión casi adolescente, tan bella, tan necesaria… o tal vez una huída?

Cuando Vijay le dijo a Pedro lo que costaba un préstamo para levantar una vivienda sobre la planta baja que ocupa su “Nepa Cold Store”, mi amigo no dudó en prestarle el dinero. Al cabo de unos meses, además de los familiares de Vijay, también Pedro disponía de su habitación en Katmandú, sus fotos en las paredes y todo dispuesto para cuando él fuera por allí. Y es precisamente allí adonde llegó nuestro taxi: Namasté…, juntando las palmas de las manos a la altura del pecho la familia de Vijay, uno a uno, inclinan la cabeza ceremoniosamente, namasté, siempre de frente, namasté, no nos tocan –la gente aquí apenas se toca-, namasté, namasté… pero sonríen, ¡Dios mío, cómo sonríen!, ¡sobre todo con la mirada!. Pedro no puede más y, después del saludo protocolario, les coge las manos, alegre, emocionado. Apenas usan palabras, todo se dice con los ojos, que brillan a estallar y se empañan de lágrimas.… Mi amigo se hospedará en “su” casa… yo dormiré en “Elbrus Home”.

Cuentan las leyendas –y parece que avalan los geólogos- que el valle de Katmandú fue un gran lago del que brotó (swayambhu), como una flor de loto, la colina en donde reposa este templo (nath) llamado “de los monos”, al oeste de la ciudad. Se trata de una gran “stupa” budista a la que llegamos a media tarde. Llaman la atención las largas tiras multicolores de banderolas de oración con mantras tibetanos que parecieran formar el esqueleto de una inmensa carpa que cubre el lugar. Caminamos alrededor de la stupa (zócalo-cúpula-chapitel-pináculo y sombrilla) de forma ortodoxa -en el sentido de las agujas del reloj- mientras algunos fieles voltean las ruedas de oraciones. Aprendo lo que es un “path” (refugio de peregrinos) y un "gompa” (monasterio budista tibetano). Aprendo también que hay una diosa Tara verde (china) y otra blanca (nepalesa). Veo la gran estatua dorada del Buda histórico, Sakyamuni y los primeros monjes (¡uno luce un peluco que parece de oro!). Intento fotografiar a un vendedor de tanghkas con un solo diente.. y cierra la boca las tres veces que lo intento. Junto al pétreo gran “Dorje” (rayo en tibetano, símbolo tántrico masculino de la fuerza y compasión masculina / la campana es el símbolo de la sabiduría femenina), se despliega hacia el fondo del valle, desplomándose como una alfombra ladera abajo, la gran escalera oriental que los peregrinos ascienden en su particular vía crucis. Me vuelvo a encontrar con los increíbles ojos de los niños mientras hacemos el recorrido inverso, hacia abajo, en donde nos tomamos una cerveza reparadora. Observo que cuando los nepaleses dan algo con su mano derecha –como el cambio restante del pago de una cerveza- hacen el gesto de apoyar el codo sobre la palma de su mano izquierda en señal de respeto.

Caminamos hacia el barrio de Thamel. Yo me detengo una y otra vez para mirarlo todo, intentando llenarme de la vida que hierve a borbotones en las calles, en los puestos de fruta, en los templos, en los juegos de apuestas, en los establecimientos de dentista (los clientes clavan una moneda en el exterior por cada dolor de muelas del que se han librado), junto a las pequeñas figuras de adoración religiosa que surgen en cualquier rincón, teñidas con los colores de las plegarias… Llegamos al modesto y acogedor restaurante “Yak” cuando ya es de noche. Pruebo el “curd”, yogur de búfala. Antes de irnos a descansar, visitamos un cybercafé en el que abrimos este blog.
Son las 20.30 hrs (hora local) cuando llego a “Elbrus Home”. "Ale" me está esperando con su amplia sonrisa. Namasté. Antes de caer rendido a dormir escribo mi diario. Estoy feliz, pero exhausto. Me despertaré a las 3 horas… y me volveré a dormir, en paz, de un tirón, hasta las seis y media de la mañana. Atrás queda una de las jornadas más largas de mi vida. Estoy exhausto, pero estoy feliz.

domingo, 10 de febrero de 2008

Día 1º.- 21.Oct.2007. De Madrid... al cielo?

21 de Octubre de 2007.

8.30 hrs. En el vestíbulo de la T-1 de Barajas. Juan Ignacio ha venido a despedir a Pedro que, sorprendentemente, lleva el mismo (escaso) volumen de equipaje que yo, a pesar de que él tardará 33 días en regresar. Comienza un día apasionante, una jornada casi interminable.

11.25 hrs. Cinturones apretados… el avión corre cada vez más rápido por la pista… la espalda contra el asiento… y… ¡arriba!.. ¡allá vamos!.. me “despego” de la tierra.. estoy en el aire.. ¡ha comenzado mi viaje!.
En el largo vuelo a Qatar recuerdo mi pequeña fiesta de 50 cumpleaños en La Bardemcilla. Pedro y yo habíamos hablado, por enésima vez, de mi ilusión por viajar con él a los escenarios de “Tintín en el Tibet”. Con él, que, desde hace casi 20 años, acude todos a su anual cita con Nepal en donde, sospecho, “vive” un mes tras otros once en Madrid en los que “sobrevive”. Pero este año 2007 era especial y se iba a cumplir mi sueño, mi “hessiano” Viaje al Oriente. Releo “Siddharta” en el avión.

19.30 hrs (18.30 hrs de Madrid). Llegada al aeropuerto de Doha. El interior de la terminal me sugiere la imagen de un moderno mall comercial que alguien ha dejado caer en medio del desierto. Tenemos que esperar otras 6 horas para nuestro vuelo a Katmandú. Mientras le echo una ojeada a la guía de Nepal (Lonely Planet), observo curioso el tránsito humano por el interior de este aeropuerto que para mí –y quizá para otros- es la puerta de Asia. De camino al embarque, los aseos o las tiendas, deambulan decenas, cientos de personas con sus bolsas de viaje, sus trolleys, sus revistas en la mano. Europeos, japoneses, indonesios, chinos, filipinos, coreanos, saudíes,… se entrecruzan –como extras de cine dirigidos por el regidor- y buscan en las pantallas de plasma sus destinos: Hong Kong, Dacca, Lahore, Singapore… Visito el bar. No hay vino. El sabor de la cerveza sin alcohol que pido en la barra es el de un agua en el que han macerado espigas de cebada. Puaj!

2.15 hrs de la madrugada del 22.Oct.2007 (1.15 hrs de Madrid). El Airbus 330 de Qatar Airways levanta el vuelo hacia nuestro destino. Es un trayecto más corto, como de unas 4 ó 5 horas. Aunque no consigo dormirme del todo, leo y me relajo. Cuando nos anuncian la maniobra de aproximación al aeropuerto está amaneciendo en Nepal. Durante unos momentos puedo ver a través de la ventanilla las soleadas cimas del Himalaya que emergen del espeso mar de nubes que cubre el valle de Katmandú. Descendemos, nos sumergimos en una inmensa e incierta nube de algodón sucio, vamos a aterrizar... no... el avión, de pronto, ha acelerado sus motores a la máxima potencia y remonta el vuelo, ascendiendo de nuevo a los cielos. Al poco rato el capitán nos informa que ha tenido que abortar la maniobra de aterrizaje por causa de la escasa visibilidad. ¡Dios santo! Con el miedo que yo paso en los aviones… me tenía que pasar a mí. La megafonía nos anuncia que el aterrizaje se demorará unos 20-30 minutos. Intento distraerme mientras mi compañero de viaje duerme plácidamente a mi lado. Al cabo de media hora, vuelven a anunciar otra demora de igual duración ante la persistencia de la adversa meteorología. Los pensamientos negativos empiezan a invadir mi cansada cabeza: aterrizaremos de emergencia en otro aeropuerto? ... se agotará el combustible?... nos pasará como a Tchang en Tintín en el Tíbet?... Pienso en la posibilidad de morir en un accidente aéreo, pero lo hago de una forma distante, como si no acabara de creérmelo. Quizá por eso, a pesar de la aprensión, no siento pánico, aunque un montón de imágenes y pensamientos acuden a mi mente sin orden alguno. Respiro profundamente. Sogyal Rimpoché y el Don Juan de Castaneda enseñan, que para vivir, se ha de tener a la muerte siempre presente, como compañera (las luces de los faros de un coche que nos sigue a lo lejos, sin acercarse ni adelantarnos, en un solitario y nocturno viaje por la carretera al desierto). Bueno, por un momento pienso que éste no sería un mal lugar... Confío en que los que me quieren piensen lo mismo. También pienso que las estrellas que se ven en el cielo de Madrid son las mismas que se ven en Doha, en San Petersburgo, en Estambul, en Katmandú…

domingo, 3 de febrero de 2008

0.- Del diario al blog

22 de Octubre de 2007. Pedro, mi “guía-sherpa” en este viaje -el viaje soñado de mi vida-, se empeña en abrir un “blog” para mí. Es de noche -mi primera noche en Katmandú- en un cibercafé del barrio de Thamel. Estoy agotado . Se me cierran los ojos y mi amigo, inasequible al desaliento, me pregunta con entusiasmo: ¿Cómo quieres que se llame el blog? ¿Qué colores te gustan para los fondos de pantalla? Mira que fácil es importar una foto... ¿ves? Apenas logro contestar a sus preguntas. En su ánimo no parece influir todo el tiempo que llevamos de viaje. Salimos de Madrid hace más de 30 horas. A mí, cada minuto me pesa en los párpados y no puedo más. Me da la impresión de que mi falta de atención le está decepcionando… pero es que él duerme en los aviones y yo…no!

Meses más tarde

Durante mi viaje, todos los días -o mejor dicho, todas las noches- antes de caer rendido en la cama, he escrito un diario. Lo visto y vivido ha sido tan variado y novedoso que quería dejar constancia de todo. No bastaban las más de 100 fotos que tomaba cada día. Tenía que intentar reflejar mi experiencia y mis sensaciones en negro sobre blanco. Por eso, a la escasa luz disponible, cada noche escribía y escribía hasta que el sueño me iba venciendo. Y, cuando sentía que eso iba a ocurrir de forma inminente, con una letra apenas ya legible, apuntaba las últimas palabras que al día siguiente me servirían de claves para recordar y seguir escribiendo. No quería olvidarme de nada!


Releo mi diario y me propongo ahora transcribirlo en este nuevo medio, este espacio virtual cuya puerta me abrió Pedro. Confieso que supone un reto personal a mi pudor, pues hasta ahora, nada de lo que he escrito “para mí” ha traspasado el umbral de lo íntimo: han sido textos en los que he intentado reflejar pensamientos o sentimientos que tienen que ver con ocasiones muy concretas. O quizá debería decir “arrebatos”, pues en esos momentos mi estado de ánimo solía estar “disparado”: eufórico a veces, otras apesadumbrado o angustiado,… En ese trayecto directo del alma al papel, el torrente de palabras no respetaba reglas estilísticas, sintácticas, ni ortográficas! Y así guardé esos escritos: “garrapateados” en hojas sueltas entre páginas de libros, perdidos en el disco duro del PC o apenas esbozados en cuadernos, como éste de tapas rojas que recoge mi diario de viaje. A partir de él intentaré reescribir lo vivido, pero esta vez utilizando un lenguaje “inteligible” también para otros. Tal vez así encuentre una nueva forma de “viajar” en la que tú, que me estás leyendo, quieras acompañarme.