domingo, 2 de noviembre de 2008

AUSENCIA

Deslizo la llave en la cerradura y al tiempo siento en los dedos el ligero temblor que sus dientes producen al introducirse en la ranura. Un giro hacia la derecha y el pasador bascula hacia ese lado: se iza la compuerta de mi castillo urbano. Después de un ligero empujón solo hay que recorrer un pequeño tramo –ocupado ya por la oscuridad de la noche- hasta la puerta de casa. Pero algo falta en este guión de rutina diaria que en un par de segundos un plato vacío en el suelo me recuerda con toda crudeza: no hay ladridos ni saltos de bienvenida; sólo silencio: sensación de ausencia.

Uko!, Uko!, ¡plas plas plas!. [Cuando íbamos a por setas y le perdía de vista, le llamaba y daba palmadas. Al poco tiempo –a veces algo más de lo que me hubiera gustado- aparecía moviendo el pompón (le cortaron el rabo al nacer), nos mirábamos, cómplices, y yo seguía a la búsqueda del boleto de mi vida y él a la de rastros y olores invisibles para mí] Aquella mañana no se me había dado mal la cosecha micológica pero el perro no acudía a mi llamada. Salí del bosque y fui hacia donde tenía el coche aparcado. Tampoco estaba allí. Me dirigí a los lugares hacia los que me imaginé que habría podido ir, pero nada. En el bar junto a la carretera me dijeron que un tipo se había asomado a la puerta de entrada para preguntar si el perro blanco que seguía insistentemente a su perro negro era de la casa. Le respondieron que no, se fue, y esa fue la última información que tuve de Uko.

Sensación de ausencia. Entrar en una escuela sin niños. Abrir el buzón en el que un día más no está la carta esperada. Gritar con todas las fuerzas y no escuchar la respuesta del eco. Sentimiento de ausencia. Un agujero negro y frío que la memoria se ocupa ahora de alimentar con recuerdos. Cuánto lo echo de menos! Y pienso que me tendré que acostumbrar, como nos acostumbramos a todo –qué remedio-; y después, día a día, el olvido va cubriendo con su niebla a aquellos que, de una u otra manera, se ausentan de nuestra vida … del mismo modo que otros, también, se habrán ido olvidando de mí desde que salí de su vida.

Dónde se habrá metido el coño perro? Hacia dónde se habrá ido: hacia arriba o hacia abajo? hacia un lado o hacia el contrario? Se habrá despistado persiguiendo un rastro de olor? –Paquito dice que los perros no se pierden en el monte, que los que nos perdemos somos nosotros-. Regreso al punto de partida y vuelvo a hacer el mismo recorrido que había hecho con él. Uko! Uko! ¡plas, plas, plas!. Nada. Me cruzo con gente que bajan ya de su excursión por el monte; les pregunto y nada. Doy vueltas y vueltas. Pregunto y pregunto. Pido ayuda. Por la tarde ya somos cinco buscando. Nada. Cuando me quiero dar cuenta ha caído la noche, y también el desánimo. En la carretera, de regreso, conduzco con cuidado y miro con miedo hacia las cunetas.

Dónde estará? Estará realmente perdido o quizá –sonrío al pensar- es que ha encontrado a la perrita de sus sueños?... Lo habrá robado un desaprensivo? Habrá caído en una zanja y no puede salir? Intentará encontrar el camino hacia casa? Ha caído la noche y con ella el frío se instala en la sierra. Todos los días los del bar cierran y bajan a dormir a su casa en el pueblo. Por allí no queda nadie. Se habrá refugiado en algún sitio, una cueva… o algo así? Es un perro urbano, no sabe buscarse la vida. Resistirá el frío? Se lo comerán los lobos? Lo atropellará un camión?... Es que no se me ocurre ni una buena!

Al día siguiente he vuelto a la sierra. Durante toda la mañana Tino, Susana y su perro han estado buscando sin éxito. Pongo unos carteles con su foto por la zona. También subo al día siguiente y pongo más carteles en los sitios en los que suelen aparcar sus coches los seteros, los montañeros,….Cada día que pasa sin que haya noticias de Uko, la esperanza decae, aunque me niego a darme por vencido y a acostumbrarme al frío que produce su silencio, su ausencia. Haciendo un esfuerzo he retirado del suelo de casa su plato vacío: no es cuestión de tropezar con él…, bueno, tampoco es cuestión de que, además del silencio, me machaque su visión cada vez que llego a casa.

Ha habido una llamada al teléfono de los carteles: falsa alarma.

Todos los días la gente cercana me pregunta si hay noticias. Al responder negativamente, la gran mayoría me trasmite su sentimiento de solidaridad y pena, siempre asemejando la pérdida del perro con la de alguien querido de la familia. Lalo apenas me habla. Es el que más jugaba con Uko y creo que, en parte, me hace culpable de su pérdida por llevarlo sin correa. Yo no entiendo su resignación. Mantengo la esperanza de que si aún no han habido “malas noticias”….


A los 10 días han llamado por teléfono. UKO HA APARECIDO. Estaba sentado en la carretera que va de La Granja a Torrecaballeros en Segovia y un coche lo ha recogido después de que estuviera a punto de atropellarlo. Han leído el chip y han llamado. Voy a buscarlo. Está sucio, delgado, como desorientado, con un gran mordisco en el cuello….pero ¡¡¡¡¡VIVO!!!!!!!
UKO, GRACIAS POR VOLVER [Mónica dixit]. Tenemos mucho de qué hablar, compañero del alma [Miguel H dixit]. Por la noche saldremos de paseo, como tantas noches… sin correa!