viernes, 5 de diciembre de 2008

A DAY IN THE LIFE (relato inacabado)

Nada, no hubo manera. Uno que si hacía frío, otro que si la crisis, otro que si la parienta… Después de escuchar la enésima excusa, "P" se decidió: cogió la moto y se fue él sólo a dar un rulo el sábado por la mañana. Lo cierto es que últimamente cada vez se hacía más difícil que se juntaran para salir improvisadamente, sin una previa planificacón. Todo lo contrario pasaba con el calendario de las concentraciones moteras: a esas no faltaban nunca y, además, con toda la parafernalia de cueros, gadgets,..! Desde que los conocía, sus colegas habían ido cambiando de disponibilidad y de motos. P era el único que quedaba con su vieja BMW de trail que pronto cumpliría 15 años.
Esa mañana a su fiel compañera le costó arrancar. No era extraño después de varios días de temperaturas bajo cero, pero al cuarto intento se puso en marcha. (En los momentos de la verdad nunca fallaba). Sus dos “perolos” se pusieron en funcionamiento con ese rumor desacompasado que se va haciendo más y más armónico a medida que van entrando en calor. Sin saber por qué o quizá guiado por un antiguo recuerdo dirigió su manillar y su mente hacia la carretera que mira hacia Lisboa. Se sentía intranquilo. Comenzar la ruta siempre le ponía tenso. Parecía como si, una vez montado en la moto, todas las partes del cuerpo se rebelaran quejándose de la postura, de la vibración, del frío. Abandonar Madrid tampoco ayudaba a relajarse, con ese tráfico torpe que se forma en las carreteras de salida de una ciudad grande. Sin embargo, al cabo de unos 20 kilómetros todo cambió y el asfalto invitaba a recorrerlo hacia un incierto pero atractivo horizonte. Y así fue como llegó el momento mágico en que se armonizan cuerpo, mente y máquina y P, sin habérselo propuesto, se encontró tarareando “On the road again” bajo el casco, disfrutando ya de la carretera como un loco, embebido del ruido que producía su boxer y con la mirada abierta hacia lo que el camino le deparase.

Había conducido algo más de una hora cuando el viento dio una seria advertencia en forma de dos fuertes ráfagas que le forzaron a reducir la velocidad. En un minuto el cielo se había cubierto de nubes y una extraña oscuridad, como la de un eclipse, se había apoderado del día. De pronto comenzó a llover y, enseguida, las gotas se convirtieron en duros granizos que sonaban como perdigones al golpear el casco y le machacaban por todas partes. El firme comenzó a cubrirse de pepitas heladas y apenas podía avanzar cuando, como un maravilloso espejismo, apareció ante sí un paso elevado y P pudo guarecerse bajo el puente que cruzaba por encima de la autopista.

No había hecho más que poner la pata de cabra cuando otro estruendo - éste más conocido y friendly- le advirtió de que no iba a estar sólo en el improvisado asubio. Una, dos, tres…. hasta 5 motos pararon a su lado. El primero en dirigirse a él, después de “invocar” a una docena de santos y vírgenes del cielo fue el que parecía el boss:
- “Podías haber aparcado tu hierro un poco mejor y dejar más sitio, ostias, o es que te crees que estás sólo en la carretera, cagüendios?
Al darse la vuelta el tipo pudo leer, bordado en rojo -aunque discreto-, el nombre de “Jero” sobre el hombro derecho de su chupa… cara. En cuanto al resto, dos le ignoraron, otro le saludó con un gesto de colegueo y una figura vestida con ropa oscura se le acercó, se quitó el guante y le ofreció su mano. Tras el visor pudo ver unos hermosos ojos azules que, al liberarse del casco, se rodearon de una sonriente cara femenina que al tiempo le decía:
- “Me llaman “Moth”, colegui, vaya chaparrón eh?.
- “Yo soy P, encantado” dijo mientras estrechaba su mano. En realidad mi nombre es Piotr Szut; soy estonio. Nací en Tallin aunque he vivido casi toda mi vida en Bilbao”.
(“Piotrequéostias? –se oyó decir a Jero- ¡antes muerta que sensilla! ¡manda huevos!).
Otro rostro sonriente se acercó a saludarlo mientras ponía en la correcta posición horizontal sobre su nariz sus gafas “de ver”:
- “P, esa reliquia tuya debería llevar la VH en la matrícula, no?. Ja, ja, soy Giorgio, vaya granizada, tío, bienvenido al infierno!, ja, ja, .... Dándose la vuelta hacia su moto y balanceando su cabeza siguió hablando como para sí en voz más baja-"..¡y ha sido de repente... nunca ví una cosa parecida!".
Del mismo modo que apareció la nube de la tormenta se fue y un sol radiante iluminó la carretera, despejada hacia el occidente. Volvieron a sonar las motos y a formarse los centauros. “Si quieres venir puedes ir en la cola, hacer bulto y pagar a escote” escuchó decir a Jero. Y así fue como el solitario jinete pasó a formar parte de aquella cuadrilla sobre ruedas que partió sin que P supiera hacia dónde. Al cabo de unos kilómetros, la primera moto tomó una carretera secundaria y todos la siguieron. Pronto cambió el paisaje que empezó a teñirse de verde a medida que la carretera serpenteaba y se metía por zonas arboladas. Respetando cada uno su puesto, la comitiva parecía un reptil multicolor deslizándose suave y rítmicamente por el paisaje. Sin duda, en esos momentos todos estaban disfrutando a tope.

Al llegar a un cruce el que llevaba la chupa y el casco rojos –luego sabría que su nombre era Txetxu- adelantó al grupo, se puso en cabeza y después tomó un camino de tierra que se adentraba en un robledal. Los demás le siguieron. Fue entonces cuando P se fijó que todos llevaban gomas mixtas, salvo “Peewee” que conducía una King Scorpion 350 de hace más de 25 años y con neumático de carretera; aunque no parecía importarle pues, con algún que otro “resbalón”, mantuvo su plaza en la procesión motera. Tras subir una pequeña cuesta, doblaron a la derecha y allí, a la sombra de una encina centenaria estaba esperándoles Tato, con una amplia y franca sonrisa, al lado de su Norton. Aparcaron. Saludos, abrazos,.. “Este tipo lo hemos recogido de debajo de un puente”.. ja, ja…, dijo Giorgio. Bueno, ¿cómo está el panorama? ¿habrá cosecha? ¿ha llovido suficiente? ¿has visto algo?. Los moteros fueron abriendo las maletas y alforjas de sus motos y, para sorpresa de P, sacaron de ellas cestas y navajas. Éste pronto comprendió que se trataba de una cita micológica. Peewee fue el primero en gritar señalando al suelo: "¡un boleto negro!" y cortó la primera seta. El hallazgo animó al grupo que pronto se dispersó por la zona. Tato se quedó atrás con P a quien explicó que él era de Donosti pero que todos los años se organizaba la movida allí en La Vera en donde él había vivido años atrás. Le dio una navaja al recién llegado y se dispusieron, como el resto, a peinar el monte. “Mira, mira, mira… ves esa especie de huevo frito que sobresale del suelo? Es una Amanita Cesárea, P, ¡la seta de los césares!.. ¡Qué suerte tienes, cochino! ¡Pilla! Mira… allí hay otra”. Durante casi 2 horas los siete se dedicaron a la recolección de setas: boletos, amanitas y alguna macrolepiota. (Bueno, Peewee también cogió unos hongos blanquecinos que decía conocer). Serían las 2 de la tarde cuando Jero soltó un juramento de 60 decibelios y congregó a todos de vuelta bajo la encina. La cosecha era abundante y eso se reflejaba en los rostros. “Vámonos”. Cada uno guardó su cesta y, de nuevo se pusieron en camino, en esta ocasión liderados por Peewee. Al cabo de un par de kilómetros Txetxu adelantó sorprendentemente a todos pero sólo para atravesarse delante del grupo y cerrarle el paso. Bajo su Shoei rojo asomaba una cara aún más roja que gritaba a Peewee, echándole la bronca: se había confundido de camino. Media vuelta y, esta vez con la Scrambler de Txetxu al frente, apenas tardaron media hora en llegar a una casa-cabaña en la que una columna de humo saliendo de la chimenea ondeaba como una hermosa bandera blanca de bienvenida. En la puerta, una mujer con el pelo moreno entrecanoso hasta los hombros y una cara en la que brillaban sus ojos verdes y resplandecía una hermosa y divertida sonrisa: Mariza . A su lado, Gabi y Deivi que habían llegado directos desde Madrid. Gabi con su nueva tronca. Deivi conduciendo su Zundapp con sidecar. Protocolo de aparcamiento, apagar motores, quitar cascos, saludos, abrazos, besos, … (Nadie pareció notar que los rostros de Mariza y P se habían paralizado un instante cuando sus miradas se han cruzado). Al cabo de un rato, todos estaban saboreando un buen Ribera del Duero sentados alrededor de la mesa larga de madera, salvo Txetxu y Mariza que se afanaban bajo la chimenea en donde un fuego de sarmientos doraba setas y chuletillas; y Peewee que se ocupaba de la ensalada con las amanitas cesáreas.

Han comido, han bebido, han reído y han mantenido, más o menos, una conversación común hablando de lo divino y de lo humano. P ha notado un par de veces sobre sus ojos la mirada de Mariza. Ahora ésta se acerca y se sienta a su lado. Con el cafelito comienzan las conversaciones en petit comité. Unos hablan de motos, otros de setas y otros también de motos.
- “Esto sí que es una casualidad entre un millón… y una sorpresa de la que aún no me he recuperado -dice P a Mariza en voz baja- Pensé que nunca te volvería a ver. Cómo te va? Qué fue de Luis?
- “Sí que es una casualidad…Aún no entiendo cómo has podido aparecer por aquí, pero ahora ya da igual…Bueno, todo fue bien hasta la enfermedad de Luis. Su inesperada y reciente muerte… –se le empañan los ojos de lágrimas, duda Mariza un instante y prosigue- Pensé en llamarte entonces pero habían pasado 10 años y no había vuelto a saber de ti. Decidí retirarme del mundanal ruido. Me fui de Bilbao y me vine a este rincón a plantearme de nuevo mi vida… y, mientras decido qué coño hacer, me dedico a embadurnar lienzos…Sé que ha pasado mucho tiempo, pero quiero que sepas que sentí… bueno, nada… realmente ha pasado mucho tiempo. Si quieres (su cara cambió y tomó un aspecto más decidido, más duro) te enseño en qué lo he malgastado los últimos 3 meses”.
Él asiente con la cabeza y, sin más palabras, ambos se acercan hasta la galería que da al patio. Allí, contra la pared, se agolpan decenas de lienzos de un tamaño medio considerable. Figuras humanas silueteadas, paisajes urbanos, interiores de fábricas, vistas de tejados desde la ventana, …todo en bellos y anchos trazos negros, grises, blancos manchados,… y un denominador común: en cada cuadro una pequeña zona sin pintar, como arrancada, como si fuera un jirón, siempre con bordes ocres. Un roto que da a la obra el aspecto de inacabada, un agujero negro por el que la vista se puede perder sin saber hacia donde, una llaga por la que pudiera comenzar el incendio.. o la podredumbre.

En el salón grande, el rumor de la sobremesa se ha roto con el sonido de dos guitarras. Deivi ha salido de la casa y ha regresado con los “2 encargos” que ha traído desde Madrid en el sidecar. Giorgio y Txetxu se están mirando a los ojos mientras rasguean las guitarras cuando se oye la voz de Moth cantar: “A long, long time ago. I can still remember how that music used to make me smile, ..” Mariza corre hasta el piano de pared y se incorpora al grupo. Al poco rato todos cantan “So bye, bye, Miss American Pie, drove my chevy…. singing this will be the day that I die”... Jero le da a la armónica y P advierte en él un guiño amigo que le tiene como destinatario. Le sigue “Hotel California”, “Longer Boats”, una version unplugged de “Wish you were here” que todos tararean: "We’re just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year"… El Cardhu está ayudando, sin duda, a poner en armonía las voces, los instrumentos y las almas.. “Moon over Bourbon Street”, “Take a walk on the wild side”, …
De pronto Peewee interrumpe y se marca un solo inesperado de ritmo frenético:… “Why don’t we do-do it in the road… Why don’t we do it in the road.. No one will be watching us.. Why don’t we do it in the ro-ow-ow-ad”. El extraño brillo en los ojos de Peewee es el primer signo visible de los efectos que los hongos alucinógenos que mezcló en la ensalada están a punto de producir. (continuará)