lunes, 31 de marzo de 2008

Día 8º.- 28.Oct.2007. Kirtipur-Chobbar- Patan

28.Oct.2007. Hoy somos 4 en el pequeño taxi de Rup, pues Purna ha venido con su hijo de 10 años. (Three is a crowd; four.. ya lo contaré después). Salimos de Katmandú hacia el sur. El tráfico en la ciudad y para salir de ella es absoluta y maravillosamente caótico. La calle es un mar de vehículos que se desplazan lentamente, con dificultad, haciendo sonar su claxon con cualquier pretexto: para saludar, para anunciar una de maniobra, para llamar la atención…da igual. Hay un atasco permanente y no es fácil adivinar la dirección que llevan los coches, que se cruzan en un "totum revolutum", como abriéndose paso a codazos. Observo que las motos llevan instaladas unas gruesas barras metálicas a la altura de las rodillas, seguramente para evitar los golpes que deben ser frecuentes.. y también para colgar de ellas las bolsas de la compra!. (Días atrás me ofrecieron una moto para mis desplazamientos y no me atreví a aceptar, a pesar de que se trata de mi medio de transporte urbano diario en Madrid). En las calles de Katmandú, verdaderamente “se hace camino al andar”.

Hemos llegado a Kirtipur. Rup me dice que se queda a mis órdenes. No puedo aceptarlo, así que le digo que siga con su curro de taxista y que le llamaré cuando realmente lo necesite. Pone cara de mosqueado, le pregunto el porqué y no me contesta. Le pago –bien- y comienzo mi visita a Kirtipur, ciudad ubicada entre dos colinas que fue sitiada en el siglo XVI y a cuyos habitantes newaris, al ser finalmente derrotados, se les cortó nariz y orejas, salvo a quienes acreditaron saber tocar instrumentos de viento (el caprichito del unificador rey de Gorkha, Prithvi Narayan Shah). En el templo de Bhairab cuelgan aún las armas de los sitiados.
Visitamos después un hermosísimo templo y un soleado bihar budista en el que se reproducen escenas de la vida de Sidharta. Es un lugar encantador, lleno de paz.

Hace millones de años, Vishnú descargó su espada contra la montaña y, por esa herida se vació de agua el gran lago que ocupaba el valle de Katmandú. Se trata de la garganta de Chobbar hacia la que nos dirigimos en una hermosa caminata por el monte. A la orilla del camino hay árboles en los que reconozco la popular “flor de navidad” en su versión gigante. Pasamos junto a varios “chambaos” en los que familias enteras pican piedras con martillos y mazas hasta convertirlas en grava. Es para la construcción, me dice Purna. No muy lejos se divisa un lago en el que se bañan, alegres, jóvenes nepaleses.

Un puente colgante de cuerda une las dos orillas del desfiladero de Chobbar bajo el que corre y brinca, entre peñascos, el sagrado río Bagmati. Nos hacemos fotos en el puente junto a las banderolas de oración. Es un bello día. De regreso a Kirtipur, nos cruzamos con una joven y guapa mujer que camina sola -alta y delgada- envuelta en un sari y con la tika en la frente. Nos sonríe y pregunta por el camino a Bungamati (que está bastante lejos, por cierto). Purna la indica en inglés. Una vez que reanudamos nuestro camino, mi compañero me pregunta, malicioso, por qué no he dicho nada, pues le ha parecido que la chica era española. A mí también. I’m too lazy to share anyothers’ problems, le digo.

El último trayecto hasta Patan (Lalitpur, ciudad de la belleza), la tercera ciudad real del valle, lo hemos hecho en un taxi que nos deja en la plaza Durbar. La concentración de templos es espectacular y refleja la época de mayor esplendor en la historia de la ciudad, durante los reinos de la dinastía “Malla”. Subimos hasta la terraza del “Café du Temple” en la que la vista sobre la plaza es realmente fantástica. Purna me explica desde allí los tres tipos básicos de templos (la “stupa” o tsortseng budista, la “sikkhara” de piedra y origen indio y las “pagodas” de ladrillo y madera cuya forma de construcción se exportó a China y Japón). También me cuenta cómo las estatuas de los “garudas” –mitad hombre, mitad ave- siempre señalan hacia los templos que se dedican a Vishnú y la curiosa leyenda sobre el rey Yoganarendra, cuya alta estatua enfrente del palacio real está sometida a la vigilancia de un pájaro que aún espera su regreso,…Disfrutamos de la vista y nos tomamos una refrescante cerveza al sol. (Pujan, el hijo de Purna, se forra a cocacolas y a la tercera o cuarta el pobre echa la pela). Purna insiste en practicar conmigo el castellano que está aprendiendo. Una chica parece que nos ha escuchado, se acerca a la mesa y me pregunta: ché vos sos argentino también?.

Paseamos por Patan: el Palacio Real, el Templo Dorado, los chowks, los pokharis,.. En las calles se ven talleres y escaparates con innumerables –algunas inmensas- figuras de dioses y diosas hechas en metal (bronce, cobre, latón,..) En Patan hay una gran tradición de esta artesanía. Está cayendo la tarde cuando emprendemos el camino de regreso hacia Katmandú. Me fijo que en una cuneta crece un arbusto de marihuana. Finalmente pillamos un taxi y junto con otros coches, motos, autobuses, bicicletas,… pasamos a formar parte del caos del atasco, ahora nocturno. Tardamos un montón en llegar a casa de Vijay en donde dormiré hoy. Me despido de Purna y le doy las gracias y una pelas. Me promete que al día siguiente me devolverá la lonely planet que me ha pedido para fotocopiar algunas páginas (en castellano).
Salgo de paseo nocturno por el barrio de Thamel-la-nuit, en donde el tráfico está restringido. Como en noches anteriores llego a una calle en cuyo fondo hay un gran anuncio de Carlsberg que, a mí me sugiere la puerta de entrada a la movida nocturna de la ciudad. Todo está abierto: hoteles, restaurantes, tiendas, librerías, cybercafés, .. Por las calles circulan los rickshaws llevando turistas y pululan los vendedores ambulantes (Tiger balsam, sir?). Al doblar una esquina escucho “Message in a bottle”, interpretado en vivo. Hay grupos de música poprock que amenizan cenas o terrazas de copas. (Según me contaron, aunque yo no lo ví, por esta zona hay movidilla de droga y prostitución –masculina y femenina- para turistas ricos y viciosos).
Entro en la librería Pilgrin’s y me doy un paseo por el interior. Me encanta curiosear sus libros, mapas, objetos de escritorio,…Subo al primer piso y, al bajar, descubro un hermoso patio con mesas y plantas iluminado por velas… en donde se puede cenar! Me siento y aprovecho para poner al día mi diario. Cuando viene el camarero descubro que toda la comida que ofrecen es vegetariana. No importa. Se está en la gloria. Mientras escribo estas líneas, me doy cuenta que esa noche fue la última vez que escribí en mi cuaderno rojo y que el día siguiente fue el último en que hice fotos.