
Esa mañana a su fiel compañera le costó arrancar. No era extraño después de varios días de temperaturas bajo cero, pero al cuarto intento se puso en marcha. (En los momentos de la verdad nunca fallaba). Sus dos “perolos” se pusieron en funcionamiento con ese rumor desacompasado que se va haciendo más y más armónico a medida que van entrando en calor. Sin saber por qué o quizá guiado por un antiguo recuerdo dirigió su manillar y su mente hacia la carretera que mira hacia Lisboa. Se sentía intranquilo. Comenzar la ruta siempre le ponía tenso. Parecía como si, una vez montado en la moto, todas las partes del cuerpo se rebelaran quejándose de la postura, de la vibración, del frío. Abandonar Madrid tampoco ayudaba a relajarse, con ese tráfico torpe que se forma en las carreteras de salida de una ciudad grande. Sin embargo, al cabo de unos 20 kilómetros todo cambió y el asfalto invitaba a recorrerlo hacia un incierto pero atractivo horizonte. Y así fue como llegó el momento mágico en que se armonizan cuerpo, mente y máquina y P, sin habérselo propuesto, se encontró tarareando “On the road again” bajo el casco, disfrutando ya de la carretera como un loco, embebido del ruido que producía su boxer y con la mirada abierta hacia lo que el camino le deparase.
Había conducido algo más de una hora cuando el viento dio una seria advertencia en forma de dos fuertes ráfagas que le forzaron a reducir la velocidad. En un minuto el cielo se había cubierto de nubes y una extraña oscuridad, como la de un eclipse, se había apoderado del día. De pronto comenzó a llover y, enseguida, las gotas se convirtieron en duros granizos que sonaban como perdigones al golpear el casco y le machacaban por todas partes. El firme comenzó a cubrirse de pepitas heladas y apenas podía avanzar cuando, como un maravilloso espejismo, apareció ante sí un paso elevado y P pudo guarecerse bajo el puente que cruzaba por encima de la autopista.

- “Podías haber aparcado tu hierro un poco mejor y dejar más sitio, ostias, o es que te crees que estás sólo en la carretera, cagüendios?
Al darse la vuelta el tipo pudo leer, bordado en rojo -aunque discreto-, el nombre de “Jero” sobre el hombro derecho de su chupa… cara. En cuanto al resto, dos le ignoraron, otro le saludó con un gesto de colegueo y una figura vestida con ropa oscura se le acercó, se quitó el guante y le ofreció su mano. Tras el visor pudo ver unos hermosos ojos azules que, al liberarse del casco, se rodearon de una sonriente cara femenina que al tiempo le decía:
- “Me llaman “Moth”, colegui, vaya chaparrón eh?.
- “Yo soy P, encantado” dijo mientras estrechaba su mano. En realidad mi nombre es Piotr Szut; soy estonio. Nací en Tallin aunque he vivido casi toda mi vida en Bilbao”.
(“Piotrequéostias? –se oyó decir a Jero- ¡antes muerta que sensilla! ¡manda huevos!).
Otro rostro sonriente se acercó a saludarlo mientras ponía en la correcta posición horizontal sobre su nariz sus gafas “de ver”:
- “P, esa reliquia tuya debería llevar la VH en la matrícula, no?. Ja, ja, soy Giorgio, vaya granizada, tío, bienvenido al infierno!, ja, ja, .... Dándose la vuelta hacia su moto y balanceando su cabeza siguió hablando como para sí en voz más baja-"..¡y ha sido de repente... nunca ví una cosa parecida!".
Del mismo modo que apareció la nube de la tormenta se fue y un sol radiante iluminó la carretera, despejada hacia el occidente. Volvieron a sonar las motos y a formarse los centauros. “Si quieres venir puedes ir en la cola, hacer bulto y pagar a escote” escuchó decir a Jero. Y así fue como el solitario jinete pasó a formar parte de aquella cuadrilla sobre ruedas que partió sin que P supiera hacia dónde. Al cabo de unos kilómetros, la primera moto tomó una carretera secundaria y todos la siguieron. Pronto cambió el paisaje que empezó a teñirse de verde a medida que la carretera serpenteaba y se metía por zonas arboladas. Respetando cada uno su puesto, la comitiva parecía un reptil multicolor deslizándose suave y rítmicamente por el paisaje. Sin duda, en esos momentos todos estaban disfrutando a tope.
Al llegar a un cruce el que llevaba la chupa y el casco rojos –luego sabría que su nombre era Txetxu- adelantó al grupo, se puso en cabeza y después tomó un camino de tierra que se adentraba en un robledal. Los demás le siguieron. Fue entonces cuando P se fijó que todos llevaban gomas mixtas, salvo “Peewee” que conducía una King Scorpion 350 de hace más de 25 años y con neumático de carretera; aunque no parecía importarle pues, con algún que otro “resbalón”, mantuvo su plaza en la procesión motera. Tras subir una pequeña cuesta, doblaron a la derecha y allí, a la sombra de una encina centenaria estaba esperándoles Tato, con una amplia y franca sonrisa, al lado de su Norton. Aparcaron. Saludos, abrazos,.. “Este tipo lo hemos recogido de debajo de un puente”.. ja, ja…, dijo Giorgio. Bueno, ¿cómo está el panorama? ¿habrá cosecha? ¿ha llovido suficiente? ¿has visto algo?. Los moteros fueron abriendo las maletas y alforjas de sus motos y, para sorpresa de P, sacaron de ellas cestas y navajas. Éste pronto comprendió que se trataba de una cita micológica.

Han comido, han bebido, han reído y han mantenido, más o

- “Esto sí que es una casualidad entre un millón… y una sorpresa de la que aún no me he recuperado -dice P a Mariza en voz baja- Pensé que nunca te volvería a ver. Cómo te va? Qué fue de Luis?
- “Sí que es una casualidad…Aún no entiendo cómo has podido aparecer por aquí, pero ahora ya da igual…Bueno, todo fue bien hasta la enfermedad de Luis. Su inesperada y reciente muerte… –se le empañan los ojos de lágrimas, duda Mariza un instante y prosigue- Pensé en llamarte entonces pero habían pasado 10 años y no había vuelto a saber de ti. Decidí retirarme del mundanal ruido. Me fui de Bilbao y me vine a este rincón a plantearme de nuevo mi vida… y, mientras decido qué coño hacer, me dedico a embadurnar lienzos…Sé que ha pasado mucho tiempo, pero quiero que sepas que sentí… bueno, nada… realmente ha pasado mucho tiempo. Si quieres (su cara cambió y tomó un aspecto más decidido, más duro) te enseño en qué lo he malgastado los últimos 3 meses”.
Él asiente con la cabeza y, sin más palabras, ambos se acercan hasta la galería que da al patio. Allí, contra la pared, se agolpan decenas de lienzos de un tamaño medio considerable. Figuras humanas silueteadas, paisajes urbanos, interiores de fábricas, vistas de tejados desde la ventana, …todo en bellos y anchos trazos negros, grises, blancos manchados,… y un denominador común: en cada cuadro una pequeña zona sin pintar, como arrancada, como si fuera un jirón, siempre con bordes ocres. Un roto que da a la obra el aspecto de inacabada, un agujero negro por el que la vista se puede perder sin saber hacia donde, una llaga por la que pudiera comenzar el incendio.. o la podredumbre.

En el salón grande, el rumor de la sobremesa se ha roto con el sonido de dos guitarras. Deivi ha salido de la casa y ha regresado con los “2 encargos” que ha traído desde Madrid en el sidecar. Giorgio y Txetxu se están mirando a los ojos mientras rasguean las guitarras cuando se oye la voz de Moth cantar: “A long, long time ago. I can still remember how that music used to make me smile, ..” Mariza corre hasta el piano de pared y se incorpora al grupo. Al poco rato todos cantan “So bye, bye, Miss American Pie, drove my chevy…. singing this will be the day that I die”... Jero le da a la armónica y P advierte en él un guiño amigo que le tiene como destinatario.

De pronto Peewee interrumpe y se marca un solo inesperado de ritmo frenético:… “Why don’t we do-do it in the road… Why don’t we do it in the road.. No one will be watching us.. Why don’t we do it in the ro-ow-ow-ad”. El extraño brillo en los ojos de Peewee es el primer signo visible de los efectos que los hongos alucinógenos que mezcló en la ensalada están a punto de producir. (continuará)