domingo, 18 de enero de 2009

LA [Nieve?] QUE NOS HA CAIDO ENCIMA.

Sol en sombra

Madrid, 9 de enero. Me despierto. Miro por la ventana (desde niño tengo esa costumbre norteña de mirar al cielo por la mañana para saber si va a llover). El día está gris y unos minúsculos copos rasgan el aire. En el camino hacia mi trabajo da la impresión de que la cosa se va poniendo más “seria” y va a cuajar. Pero realmente no es sino al cabo de unas horas- en las que he estado abstraído/abducido con otros asuntos- cuando me doy cuenta de que una gran nevada ha caído sobre Madrid. No podré ir en moto a la cita que tenía a las 13.00 hrs., así que salgo andando a la calle, sobre la que sigue nevando lenta y copiosamente. El paisaje urbano está cubierto con un gran guardapolvos blanco y el mundo, de pronto, se ha vuelto más silencioso. Miro hacia arriba buscando el sol y, en su lugar, apenas se adivina un círculo de luz sobre el cielo de color panza de burra. Voy caminando, con cuidado para no resbalar, hacia la estación de metro más próxima. ¡Cuanto tiempo hace que no cogía el metro!, acostumbrado a desplazarme siempre por la superficie de la ciudad (soy bastante claustrofóbico), con la libertad que da moverse en moto, que parece que vuelas sobre Madrid, a tu aire... Hoy las circunstancias obligan a sumergirme bajo la corteza urbana y navegar por el subsuelo. En los pasillos subterráneos hay una actividad frenética de seres anónimos que caminan sabiendo muy bien hacia dónde van (escaleras abajo, después a la derecha, giro de nuevo….). Mientras, yo trato de orientarme, torpe, mirando los planos del suburbano. Finalmente localizo mi andén y al poco tiempo estoy en el vagón que me va a llevar a 21 estaciones de distancia por una larga galería de topo que atraviesa Madrid de sur a norte. Estúpidamente sorprendido ante lo que es la rutina diaria para miles de personas, observo el paisaje y el paisanaje: currantes, estudiantes, vendedores, parejitas, latinos, rumanos, esforzados lectores, un gitano malencarao... millares de rostros, millares de historias personales, millares de vidas que aletean [Miguel Hernández]. Cada cual tiene su estación de destino que, sucesivamente, les va aspirando y engullendo al abrirse las puertas del vagón, como en un reparto organizado. Gentes que jamás volveré a ver y si las volviera a ver sin duda no las reconocería. Cuando llega mi turno, yo también asumo el rol de ser repartido y subo de nuevo a la calle nevada en la que es difícil caminar sin caerse y arribo a tiempo a mi cita. Salgo al cabo de una hora con un triunfo “menor” para llevar a la oficina. Al poco rato estoy, de nuevo, montado en el underground. Relajado después de lograr mi objetivo del día, ahora soy uno más de los que se amodorran en los asientos y me entretengo imaginand0, soñando que voy a vivir a un lugar al sur, tranquilo, cerca del mar, cálido, sin transporte público… (y sin tener que pagar hipoteca, que llevo 34 años pagando hipotecas!). Es entonces cuando caigo en la cuenta y decido escribir sobre el día de hoy, curiosa alegoría en la que descubro, casi divertido, mis propios temores y reflexiones ante recientes acontecimientos, ante lo inesperado: arriba y abajo, frío y calor, … Y sin mencionar la dichosa palabrita tan de moda. A buen entendedor…

Luz de Luna

El día ya se despidió cuando salgo a pasear con Uko. Hace un frío soportable y sigue nevando. La noche avanza a cámara lenta, ralentizada, ensimismada. En el cielo –oscuro- se distingue –claro- el círculo casi completo de una luna casi llena. Alrededor de las farolas de la calle hay otros círculos luminosos , más bien esferas, en las que miles, millones de copos de luz se balancean, se contonean, bailan suspendidos en el aire nocturno sin querer llegar al suelo en el que perderán para siempre su individualidad.

Me vienen a la memoria recuerdos -lejanos ya- de una noche en el sur de Francia, cuando creí que el tiempo [Bergson] podía ralentizarse al ritmo de la nieve al caer y parar a pensar, tomar distancia, distinguir entre lo urgente y lo importante, vislumbrar las posibilidades de cambiar las aceleradas rutinas cotidianas.

En un paisaje cubierto por la nieve recién caída [Tintín en el Tíbet] Uko hunde su hocico buscando rastros familiares. A medida que camina, sus pasos quedan impresos en la gran página en blanco del suelo, y yo juego a imaginar pisadas apresuradas haciendo espirales… patinazos… la silueta de un cuerpo tendido… o de dos cuerpos con una sola huella. Oigo cantar suave a Don Mc Lean en su homenaje a Van Gogh: “the silver thorn of bloody rose lie crushed and broken on the virgin snow”. Uko no se ha podido resistir y se revuelca gozoso en la nieve. Es entonces Don Antonio el que susurra al oído: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar: golpe a golpe, verso a verso”... golpe a golpe.... ¿beso a beso?