
A la indubitada pereza y falta de horario para escribir, he de añadir, además, el –llamémosle- pudor personal. Y no me refiero ya sólo al temor de exponer a la contemplación ajena mi escritura (y trocitos del alma que siempre se escapan), sino a la vergüenza torera de intentar emular –toscamente- al parnaso de dioses que frecuentan mi mesita de noche. Disfruto leyendo a Murakami, Auster, Lobo Antunes, -a J.J. Millás le odio/envidio particularmente- y hasta la trilogía del Stig Larson me ha gustado. Y, ¡claro! solamente pensar en compararme con mis héroes de culto enfría mi ánimo a la hora de ponerme a ejercitar el vicio solitario que tan bien practican aquellos a quienes admiro. (Contra todo pronóstico, he llegado a la segunda cuarteta del soneto del Fénix).
He escrito dos párrafos, me he “venido arriba” y se me ocurre pensar en la escasa

Y con este buen rollo que me invade ahora, diré la verdad-verdadera: el estímulo de Pedro y la cariñosa dedicatoria de Ernesto en la solapa de un libro han sido el “Violante” que me ha traído hasta aquí y a confesar, de paso, que algunas noches algo escribo en mi cuaderno favorito. Inmerso en el silencio que deja el final del día, apunto algunas frases (ayer: ”La herida bajo la coraza”, hace unos días "El naufragio de Roberto Cruz”) y, al tiempo que los oscuros trazos van perfilándose sobre el blanco del papel, imagino que encierran cientos de historias, puertas cuyo umbral atravesaré para recorrer el apasionante y laberíntico itinerario que el azar y la voluntad irán conformando -haciendo camino al andar- y en el que la memoria, la reflexión y la fantasía se mezclarán para componer un relato o plasmar una idea, un pensamiento o cualquiera otra “cosa” con… o sin sentido. Lo tardío de la hora hace que la nocturna colección de palabras se quede en eso, en simples frases esbozadas con una precaria vocación de futuro, pues al releerlas, días después, ya no encuentro la magia que creía entrever en su interior. Y lo voy dejando para otro día en el que espero que aparezca la inspiración y surja esa frase que pulse la tecla que hace vibrar, que encienda la mecha, que haga llorar o arranque la carcajada, que me-nos recuerde que estamos aún vivos… y que me invada esta gozosa sensación que siento ahora, después de escribir, con esfuerzo, esta breve reseña que quiere ser un abrazo, hecho de palabras, para quien quiera alargar sus brazos. Salud!.
(P.S. Hace unos días que murió Salinger, autor que un buen día decidió seguir viviendo sin escribir, como lo hicieron también Rimbaud, Melville y Juan Rulfo -éste último dijo que se murió su tío Celerino que era quien le contaba las historias...- Terminado este post, no estoy seguro si lo he escrito para tí, para mí, para... o quizá por? o según, sin, so, sobre, tras???. Pero, bueno, eso es algo que quizá tampoco tenga tanta importancia! )
